Se sentía cada vez más asqueada.
Había visto el forcejeo, los gritos, las manos apretando con rabia. Había visto la cara de Tatiana, deformada por la furia, y la total apatía de Luca, esa cara que nunca había mostrado con ella. Todo le resultaba raro, loco, cruel. Como si los estuviera viendo desde otro planeta.
—Clarissa… —Luca se quedó helado, soltando sin querer la muñeca de Tatiana, mirándola como si acabara de ver un fantasma.
Pero a Clarissa ese gesto le pareció una actuación barata. Esa cara angustiada, como si se le fuera la vida, le pareció digno de una comedia.
No dijo nada. Caminó directo hacia el edificio.
Luca la llamó, quiso ir tras ella, pero esta vez fue Tatiana la que lo agarró con fuerza.
—¡Luca, hoy aclaramos esto! ¡Aquí y ahora! ¡No vas a irte así nada más!
Mientras subía en el ascensor, Clarissa todavía podía oír los gritos desde la calle.
—¡Suéltame, perra! —rugía Luca, desesperado, tratando de quitarse las manos de Tatiana de encima.
—¡Me estás volviendo loco!
Pe