Inquietud

Seth

Desperté con dolor de cabeza, más sediento de lo que me acosté en medio de la madrugada mientras contemplaba la noche que cubría la ciudad y los recuerdos mataban cualquiera atisbo de felicidad que llegara a mi mente.

Debí haberme ido hace días, pero algo me seguía atando a este lugar que no me ha permitido volver a esa vida muerta en Inglaterra. Quizás tenía la esperanza de verla, que a pesar de que ya tenga una vida hecha, me gustaría saber que es feliz sin mí. Quisiera saber si se casó, si tiene hijos, si su mirada sigue tan inocente y dulce como la recuerdo, pero con ese hado de maldad que me volvió loco desde el primer instante en que la vislumbré. Simplemente no me puedo ir sin saber nada de ella.

Traté de levantarme de la cama para ir por una botella más, pero el sol que golpeaba mi rostro, el molesto dolor en mi cabeza y esas náuseas que me gobernaron, me lo impedía. Más bien mi estómago exigía una comida decente en lugar de ahogarlo con solo alcohol, pero todo en esta vida es tan insípido.

Para más fastidio y malestar, mi teléfono empezó a sonar de forma insistente. Lo ignoré, porque Samantha no ha dejado de llamarme ni un solo instante, queriendo saber lo que de antemano ya conoce. Ella me conoció así; retraído del mundo, adicto a todo aquello que me hiciera olvidar y silencioso, por lo que no comprendí por qué seguía insistiendo tanto conmigo, si ahora ella tiene por quién velar.

Cubrí mi rostro con una de las almohadas y resoplé exasperado. Lo único que me frena de silenciar a Samantha para siempre son todos esos años que tenemos de amistad y porque aún siento un cariño muy grande por ella, de no ser así, esa diabla con ojos de ángel ya estuviera cubierta de tierra.

—¿Qué m****a quieres? — respondí mi teléfono de mala gana, cerrando los ojos debido a la punzada violenta que sentía en la cabeza.

—¿Qué te tiene tan compungido, viejo? Cuéntame lo que te atormenta, quizás pueda hacerte de psicólogo en la noche.

—¿Para qué llamas?

—Para burlarme de lo desdichado y miserable que eres — se burló.

—No estoy para tus bromas.

—Me enteré que estás en casa — su comentario me hizo incorporar en la cama—. Ya sabes, los vientos soplan fuerte en esta época del año.

—Claro, los vientos.

Una risita insidiosa se escuchó como respuesta.

—Volvere a hacer la pregunta y espero que por amor al diablo me digas para qué m****a me estás llamando.

—Aparte de que te estás convirtiendo en todo un viejo, estás cada día de peor humor, Cavalli.

—André — advertí en tono bajo, a punto de colgar.

—Vamos, eres el sucesor de la mafia siciliana y uno de los jefes más poderosos e importantes de Italia. Tu familia ha pertenecido a este mundo por décadas y tú estás dejando su buen nombre por el suelo. Que tristeza, tus ancestros deben estar retorciéndose en sus tumbas.

—Renuncié hace muchos años al cargo. No me interesa saber nada de las reuniones de las mafias y lo sabes a la perfección. No te cedí mi territorio por qué sí, André. Yo seguiré haciendo mi trabajo en las sombras, así que no asistiré a ninguna parte para ver caras que no deseo.

—¿Ni porque tenga información de tu dulce palomita? — soltó sin más, incluso podía imaginar su sonrisa divertida mientras mi corazón se detenía—. La reunión de las mafias está próxima y será justamente en el territorio de los Vizzini, aunque por un tiempo los ha representado un francés. No sé, tengo el presentimiento de que tu mujercita es la que mueve los hilos detrás de la bambalina y Cheviron es solo su títere.

Mi corazón se aceleró a tal grado que tuve miedo de que se saliera de mi pecho. El dolor de cabeza y cualquier malestar que estuviera sintiendo desapareció como por arte de magia. Un sentimiento extraño se apoderó de mí y a la fuerza lo hice a un lado para poder articular palabras.

—Eso es imposible. Violetta nunca mostró algún interés por los negocios de su padre. Para ella, este mundo, no era más que una maldición.

—No es que quiera revivir tu pasado ni mucho menos hacer tu existencia más miserable, pero ¿no recuerdas tus actos? ¿Crees que ella va a dejar la muerte de su padre como si nada hubiese pasado? Sabes cómo funciona este mundo, no hace falta que me siente a explicartelo.

Cerré los ojos con fuerza, manteniendo un silencio denso y que pretendía arrastrarme al infierno. Por supuesto que recuerdo el pasado como si lo hubiera vivido ayer, el sufrimiento de la mujer que amo y mis acciones sin arrepentimiento alguno. Todavía no me arrepiento de haber matado a su padre, de lo que me arrepiento fue de haberme enamorado de ella cuando solo de trataba de un juego. El único que cometió el error fui yo, al no medir el alcance de mi más dulce y perverso enemigo.

—La razón de mi llamada es para devolverte tu lugar, tampoco es como que me haga falta territorio.

—Entonces cede el territorio a quién te dé la puta gana —perdí el control, llenando mi corazón de frialdad ante los recuerdos que he tratado de olvidar—, porque yo no seré parte de un maldito circo ni hoy ni nunca.

—El territorio seguirá siendo tuyo, de tu familia. La casa de los viejos Vizzini es donde se llevará a cabo la reunión dentro de dos días, por si te animas a ir. Ahora tengo una esposa que atender y otro hijo que hacer, así no voy a perder más mi tiempo contigo — me colgó sin más, dejándome con el corazón a punto de explotar en mi pecho.

«¿Qué es lo que pretende André con todo esto? ¿Por qué me habla de ella, sabiendo cada detalle de mi pasado y lo ruin que he sido desde entonces?».

Es imposible que ella esté al frente de los negocios que dejó su padre. Jamás mostró interés en ellos, todo lo contrario, siempre me habló que quería hacer una vida lejos de este mundo.

Pero ¿y si es cierto? ¿Si es verdad que ella está a cargo de manera anónima al igual que yo? Después de todo, juró vengar la muerte de su padre, aunque hubiera sido bajo el odio y el impacto del momento.

Me levanté de la cama tambaleante y me acerqué a una de las botellas. Bebí un largo trago, disipando cada inquietud que se apoderaba de mí y se hacían cada vez más fuertes.

He deseado volver a verla, pero saber que existe una oportunidad me rebasa más que su propia ausencia. No sé qué me hace más daño, no saber nada de ella o el hecho de tenerla frente a mí y enterarme que ha sido feliz sin mí durante todos estos años.

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