Rencor

Viola

Desde que mi vida acabó no he hecho otra cosa que buscar la manera de vengarme de ese hombre que amo y odio a las mismas proporciones, pero he sido tan cobarde y estúpida, que mi amor por él me ha impedido cobrar la vida de mis padres.

Nunca podré perdonarle lo que me hizo, aun sabiendo lo mucho que lo amaba. Pero ¿qué podía esperar de un bastardo que fue criado para ver el mundo a sus pies? A él no le importaba otra que no fuera su satisfacción propia, obteniendo todo de mí y burlándose a mis espaldas para llegar a su objetivo.

Fui una completa estúpida al dejarme seducir y enamorar de una manera que hoy en día es veneno para mi alma. Quizás si le hubiera hecho caso a mis padres de no creer en las palabras de un hombre como él, más en el mundo en el que estaba metido, jamás los hubiera perdido.

Lamentarme no es una opción, porque sabía que mis padres corrían un gran peligro al estar envueltos en la mafia, pero que el hombre que amaba con gran locura asesinara a mi padre a sangre fría frente a mis narices y orillara a mi madre a la muerte es algo que jamás en mi vida le voy a perdonar. Si sigo en pie, es para acabarlo de la misma forma en la que acabó conmigo.

El mundo del narcotráfico nunca llamó mi atención, aunque desde temprana mi padre me habló de todo lo que podía ganar y perder al involucrarme y seguir sus pasos. Pero para mí el dinero sucio y a costa de la sangre de viciosos inocentes era algo repulsivo, que lejos de satisfacerme, me hacía pensar en que la maldad venía desde lo más recóndito del ser humano al recorrer por un camino fácil y lleno de oro. Desde pequeña tenía muy en claro que no iba a malgastar mi vida en un mundo en el que la muerte asecha cada segundo del día.

Quería ser una chica normal, alguien que paseara por las calles de Catania y no tener el miedo latente a cada paso. Quería ir al cine con mis amigas, ir de compras, ir a una fiesta sin que un sequito de hombres me persiguiera. Quería tener libertad, ser dueña de mis propias decisiones y no estar bajo la protección excesiva de mis padres. Pero ¿qué podía hacer una jovencita que vivía bajo el ala protector de sus padres?

Me amoldé a vivir en un mundo que no quería y detestaba con todas las fuerzas de mi ser, siempre con el sueño en mente de irme a hacer mi vida una vez fuera mayor de edad y mi padre ya no tuviera ningún control de mí. Pero no contaba con que el amor llegaría a darle un vuelco brutal a todo mi mundo.

Seth Cavalli, un hombre joven de negocios, atractivo, de mirada condenadamente seductora y fiera acaparó todos mis sentidos desde el primer instante en que lo tuve frente a mí. Tan solo tenía dieciséis años cuando lo conocí y tengo que admitir que me gustó allí mismo, mientras hablaba con mi padre de negocios y me lanzaba miradas que hacían latir muy rápido y fuerte a mi corazón.

Era descarado por naturaleza, siempre diciendo lo que pensaba sin ningún tipo de miramiento. Me gustaba mucho como se dirigía a mi padre y lo enfrentaba, pero más que me envolviera en su red. Flotaba en las nubes cada vez que me miraba fijamente y me rasgaba la carne con esa mirada tan potente que tenía y hoy en día sigue grabada en mis memorias. Olvidaba incluso mi nombre cada que se dirigía a mí y me coqueteaba tan descaradamente. Era imposible que no cayera en su juego, si hizo hasta lo indecible para enamorarme y adentrarse para siempre en mi ser. Era una jovencita que esperaba ansiosa a su primer amor, vivir todo lo que se vive con él y soñar como si me tratara de una niña pequeña.

Recordar cada una de sus mentiras, cada caricia falsa, cada beso lleno de veneno y cada palabra de amor que profesó es lo único que me mantiene firme en mi decisión. Lo amé con gran locura, pero lo aborrezco tanto, que por más amor que guardo en mi corazón, es más fuerte el odio y las ganas de verlo destruido. Sueño con el día en que lo tenga frente a mí y lo haga pagar por jugar conmigo, endulzarme el oído y traicionar mi amor y toda la confianza que deposité en él.

Esbocé una sonrisa amarga, bebiendo un largo trago de la botella que tenía en mis manos sin apartar la mirada de ese video que tanto me hace daño ver, pero me incentiva a seguir con mi venganza.

«Tengo que acabarlo antes de que su falsedad acabe primero conmigo. No puedo seguir así, pero ¿cómo se olvida cuando lo perdí todo en mi vida?».

—¿Por qué te arruinas la vida de esta manera, Violetta? — escuché la voz de mi Nana a mi espalda y suspiré—. ¿Por qué no dejas que tus padres tengan la paz que necesitan? Déjalos descansar, por favor.

—¿Tú crees que están descansando, cuando por mi culpa fue que los asesinaron? — detuve el video, justo cuando la cámara enfocaba el rostro de Seth—. Hasta no ver a este hijo de puta muerto nadie va a tener paz alguna.

—Te vas a hacer daño a ti misma — su voz se quebró—. ¿No eres consciente de ello?

—Mas destruida y desgraciada no puede ser mi vida, Nana. Si muere seguiré en mi desdicha, pero si lo dejo vivir, nunca podré olvidar lo mucho que deseo verlo arruinado y pidiéndome perdón con lágrimas rojas en sus mejillas.

—Tú no eres así. Jamás fuiste una mujer de guardar rencores.

—Me has visto por quince años odiar al mismo hombre — descansé el cañón de mi arma en la pantalla, deseando tener su cabeza frente a mí—. El rencor es poco para lo que verdaderamente siento en el alma.

Soltó un largo y profundo suspiro.

—Hablar contigo es una pérdida de tiempo. Cuando los vengues, asesinando al hombre que más amas en la vida, no me quedaré a ver cómo te destruyes a ti misma con su ausencia y el peso de tus acciones.

—Nunca me voy a arrepentir, Nana. Entiende que lo único que siento por él es un inmenso odio que día a día es alimentado cuando veo la frialdad y la satisfacción con la que asesina a mi padre frente a mí.

—Tenemos información importante, Sra. Vizzini — uno de mis hombres interrumpió en mi oficina.

—Habla.

—Se trata de Seth Cavalli — lo miré con suma atención, experimentando un palpitar en mi pecho que hace mucho no sentía—. Está en la ciudad.

—Prepara los autos. Es hora de hacer una visita y recordar viejos tiempos — dejé la botella sobre la mesa, viendo con una sonrisa sobria su rostro en la pantalla de mi computadora—. Al fin vamos a tener el gusto de vernos.

—Violleta, por favor — suplicó.

—Llévate a Indro.

—No cometas una locura.

—Haz lo que te pedí. Vete a Sicilia con él y no me lleves la contraria esta vez — guardé mi arma en mi muslo—. Nada, ni siquiera los lazos que nos atan hará que cambie de opinión. Ese bastardo ha venido por sí solo a su propia tumba.

Salí de ahí, encerrando en lo más profundo de mi ser el sentimiento que me gobernó e hizo alterar a mi corazón de una manera incontrolable. 

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