Resignación

Me perdí en botellas de alcohol por largas horas, culpándome cada vez más de mi propia desdicha. Fue Guido el que me trajo comida, licor y limpió un poco la habitación de la casa donde nos estamos quedando y hacia muchísimo tiempo no venía. Este lugar me trae recuerdos de mis padres, de cuando era pequeño y no tenía otra preocupación que aprender del negocio familiar.

—Ni se te ocurra llamar a Samantha — le advertí, ligero como una pluma, pero sin perder mi tono amenazante.

Negó con la cabeza en completo silencio mientras abría las cajas de comida frente a mí. El olor me golpeó los sentidos y, por más hambre que sentí, terminé vomitando todo el alcohol que había bebido hace días. La garganta me ardía al igual que el corazón.

—Será mejor que tome una ducha, señor. Traeré una aspirina para el malestar — se marchó sin añadir nada más.

Hice caso a Guido y me metí en la ducha por largos minutos, dejando que el agua limpiara todo rastro de suciedad y embriaguez. Más lucido, recordé la llamada de André, pero la sola idea de tener que estar entre tantas personas los temblores se adueñan de mi ser. Detesto más que nada seguir involucrado en el mundo que lo perdí todo y me recuerda cada maldito segundo que la sangre y las perdidas hacen parte de la mafia.

Sus palabras no han dejado de dar vueltas en mi cabeza. Si André Lombardi me llamó y me dijo todo eso es porque sabe algo más que de momento no quiso mencionar. No quiero pensar que Damián sabía de la ubicación de mi Viola, pues sería una traición si se guardaron esa información y la usaron a su favor hasta ahora. Quiero creer que nuestra amistad es muy aparte de los negocios, pero una parte de mí nunca podrá desconfiar de ellos. Los Lombardi han sido leales con nosotros desde hace muchos, desde que la mafia se consolidó en Italia.

No descarté la posibilidad de ir, después de todo, la necesidad de verla es más fuerte que cualquier malestar. Si ella va a estar ahí, así sea como la cabeza mayor de su familia, así mismo lo estaré yo; con la única diferencia de que estaré por y para ella.

Salí de la ducha, secando mi cabello y mi rostro con una toalla. Contemplé mi imagen en el espejo e hice una mueca de fastidio. No recuerdo cuándo fue la última vez que me quité la barba y corté mi cabello, pero fue hace mucho tiempo.

Rebusqué en las gavetas hasta que encontré una cuchilla y un par de tijeras. Despejé la barba por completo de mi rostro y corté las puntas de mi cabello, dejándolo de largo hasta mis hombros. Me basta con verme un poco más presentable de lo que estaba antes, porque si ella no está ahí, mi presencia no es necesaria en ese lugar. Además, regresar a esa casa donde todo inició y acabó de la misma manera será tan doloroso cuando la tenga de frente. Mi corazón palpita emocionado, imaginando su rostro, recreándome en su mirada llena de odio. No me importa si me mata allí mismo, moriré feliz de verla y escuchar su voz una vez más.

Abrí la puerta del baño y me puse en alerta al ver a Guido muerto a pocos pasos de la entrada de la habitación. No tuve tiempo de ir por mi arma, cuando un cañón frío y metálico se posicionó en mi cuello, justo en la yugular. Bajé la guardia y por mi estupidez uno de mis pocos hombres de confianza está muerto.

—Será mejor que dispares ahora mismo — me giré rápidamente y empujé el cuerpo contra la pared, sujetando su pequeño y delicado cuello en mi mano—, antes de que lo haga yo...

Mis palabras se ahogaron de una sola patada en mi estomago en cuanto reconocí a la mujer frente a mí, que con una mirada helada y llena de desdén afianzaba su arma en mi cuello. Jamás había visto esa mirada contemplarme de esa forma tan destructiva y apasionante a la vez. Por supuesto que los años no han hecho menos a su belleza, ni a su juventud, ni al poder que solo ella ejerce en mí, pero sí a esa dulzura casi angelical que en el pasado su ser rebosaba.

Sentía ganas de llorar, de abrazarla, de besarla, de reír e incluso de maldecir. Quince años han pasado desde la última vez que la tuve cara a cara y su odio es más fuerte del que pude ver aquella vez. De todo lo que he deseado, no puedo dejar de ver sus ojos, esos que fueron mi cielo y mi infierno en la tierra.

Parecía como la primera vez que la vi, con la única diferencia que, en lugar de sonreírme y desviar su mirada por lo avergonzada que se encontraba, ahora me fija sus ojos azules intentando matarme con ellos. Pero es ella, sigue siendo mi hermosa rosa, aquella que resplandece como nunca antes ante mis ojos y llena todos mis sentidos de vida con su mera presencia.

Mi corazón no daba crédito y latía desmesurado y con una fuerza que me hacía pensar que iba a salirse de su lugar en cualquier momento. Quise arrodillarme a sus pies y adorarla como hace mucho, pero la fuerte presión de su arma en mi cuello no me lo permitió. Aunque es ella, parece más otra persona y no es para menos, si fui yo quien se encargó de cambiar la flor más pura y bella que podía existir.

Dejé de presionar su cuello cuando volví en mí, pero no la liberé y ella tampoco hizo el intento de alejarme. La palma de mi mano ardía tras volver a sentir la suavidad de su piel, esa en la que deseaba fundirme como un loco para volver a vivir.

—Viola... — el nudo que se formó en mi garganta y las lágrimas que se deslizaron por mis mejillas la hicieron sonreír con una amargura y desidia que me heló el alma.

—Supongo que tus lágrimas son de felicidad, después de todo, has pasado años tratando de dar conmigo, ¿no es así? — me miró con el mayor de los odios, con una frialdad que desconocía de ella—. Eres tan patético, Cavalli.

—Mi amor.

—Ahórrate la saliva, que nada de lo que digas podrá evitar tu destino. Bienvenido al inferno, maldito bastardo — quitó el seguro del arma y sonreí, a fin de cuentas, había vivido para morir en sus manos.

Y estaba feliz de haber llegado a mi infierno más pasional y ardiente, por lo que un beso de esos labios que dijeron lo mucho que me amaba, me llamaron y no pude evitar besarla con todo mi amor, con todo lo que por años había guardado únicamente para ella, con esas lágrimas de arrepentimiento vivas en mis mejillas y que se mezclaban con nuestras salivas. Arrebaté su boca con la misma resinación que me esperaba tan pronto nuestros labios ya no hicieran más contacto. Moriré dichoso, porque al menos tuve la oportunidad de probar el sabor de mi flor, aquella que sigue viva y arde en lo más recóndito de mi ser. 

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