Me desperté por culpa de una pequeña luz que daba directo en mi rostro, un gran aviso de que ya era momento de despertar por qué un nuevo día comenzó.
Cuando abrí mis ojos, no reconocí la habitación. Un pequeño susto se posó en mi pecho por unos segundos, algo que desapareció cuando recordé que llegué junto a Moros al mundo de los muertos en la noche y de todas las hazañas que hice por qué el muy inteligente me dejó sola.
Pobre colchón, fue lo único que pasó por mi mente al momento de levantarme de en medio de esas sábanas, o al menos tratar de hacerlo.
Una mano en mi cintura me impidió hacerlo, bastante pesada a decir verdad.
—Por los dioses, me quiero parar… —Me quejé, tratando de quitar esa mano de mi cintura, ni siquiera mire quien era, solo insistí en quitarla hasta que caí en cuenta.
¡De que hay una mano en mi cintura!
Voltee de inmediato, tratando de identificar al dueño de la mano.
Una emoción se horneó en mi pecho como un bizcocho esponjoso, el dueño de esa mano resultó ser M