—¿A dónde vamos, Idalia? —Una nueva mañana nos dio nuevas oportunidades, el disfrute del café amargo en el paladar.
Y claro, nuevas delicias que alegran este hermoso día.
Logró ver el cielo un poco más azul, con pizcas del hermoso color naranja dando más color a ese panorama sobre nuestras cabezas.
Además de la duda en el rostro de mi amiga, Moyra.
—Te tengo una sorpresa. —Las calles de París, gozaban junto a mi de tan alegre medio día con el olor de las carnes para los almuerzos ser cocinadas y algún que otro arroz cocinarse de más al punto de quemarse.
Con estas cualidades de algunos franceses, si llego a tener un restaurante lograré ser bastante famosa.
—¿Qué sorpresa? ¡Cuéntame, cuéntame!
La mujer dio saltos, ese brillo tan característico de ella solo aumentó al punto de que me sentí encandilada, como si el sol diera directo en mis ojos.
—Un lugar que te va a encantar. —Giramos en una esquina, esa cosa misteriosa que preparé en la mañana después de salir de la panadería del señor