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Paulo había trabajado duro para desarrollar el valor de visitar realmente a su hija. No estaba seguro de lo que diría cuando la viera o de lo que pasaría, pero su corazón eran las piernas que le llevaban a casa de Martiniano. Dudó un momento ante la puerta antes de llamar al timbre, jugueteando nerviosamente con los dedos. Esperó menos de un minuto antes de ver abrirse la puerta.

Ferguson estaba ante él, con el ceño fruncido.

—¿Qué haces aquí y qué demonios quieres?—, le espetó con amargura y Paulo tragó saliva ante la intensidad de su mirada.

—He venido a ver a Kiara—, respondió con firmeza.

Martiniano soltó una carcajada sin gracia.

—Ustedes sí que tienen cara, ¿no?—, preguntó con incredulidad.

—Martiniano, por favor. No estoy aquí para causar problemas—, le dijo.

—Kiara no quiere verte. Ya ha sufrido bastante—, le espetó entre dientes fuertemente apretados.

Paulo soltó un suspiro derrotado, sabiendo que tenía razón, pero aun así quería enmendarlo antes de que fuera
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