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Al volverse hacia la puerta, Helena sintió que se relajaba y sonrió cuando vio a Henry en el umbral. Ella seguía enfadada con él, pero él parecía tan inseguro y a la vez aliviado, allí de pie, con el sol poniente acariciándole la cara. Volvió a darse cuenta de que aquel hombre, aquel guapísimo hombre, se había acostado con ella y habían creado un milagro. Dos milagros. Dos milagros muy activos, muy enérgicos. Dos milagros que le estaban causando mucho malestar en ese momento. Creyó sentir una patada en la caja torácica.

Curvando el cuerpo sobre el abdomen, trató de adoptar una postura más cómoda mientras se frotaba con la mano la zona en la que había sentido el movimiento por última vez. Esperaba que aquello fuera lo último. ¿Se suponía que debían estar tan activos tan temprano? ¿O habían empezado a moverse simultáneamente? En los últimos días se habían vuelto muy activos y se movían al mismo tiempo. Se quedó helada cuando se dio cuenta de que eso había ocurrido desde que Henry había
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