Eric se quedó de pie, mirando las tres hojas que Amanda le había extendido.
No las tomó al instante. Las observó como si fueran un veneno cuidadosamente envuelto en papel, y luego la miró a ella, que seguía esperando.
—No eres mi reina.
—No necesito que lo creas, con ser tu esposa ya soy reina.
—Pero no mí reina.
—Eric, Eric, no me importa. Me he puesto bajo tu piel, así que esto es todo lo que hay.
—Esto es una farsa —dijo con voz baja, helada—. Desde el principio lo ha sido. Tú. Todo esto. Cada palabra que sale de tu boca.
Amanda lo observó sin moverse.
—¿Y qué te sorprende? —respondió con una calma que lo irritó todavía más—. ¿No tenías esta idea de mí desde el inicio? ¿No era esto lo que creías que era?
—Y he acertado. Al menos ahora puedes dejar de fingir que eres mejor que el resto.
—Pero soy mejor que tú.
—No, no, Amanda. Lo que me alivia es verte así, mostrando el rostro real detrás del papel de víctima. Porque ya no tengo por qué contenerme contigo. Si quieres jugar sucio, ju