ALEXEI MAKAROV
Arrojé el control contra el piso, lo aplasté debajo de mi suela y aunque se hizo pedazos, Molly seguía en el piso, retorciéndose de dolor, de la misma manera que mi corazón. Nunca había sentido tanta ansiedad y desesperación.
Corrí hacia ella y, pese a su dolor, estiró la mano mientras negaba con la cabeza, sabiendo que, si la tocaba, la electricidad también correría por mi cuerpo.
—¡Vayan al baño! ¡Échenle agua para que se divierta más! —exclamó mi hermana a mis espaldas, riendo como desquiciada.
—Háganlo y juro que las mataré con mis propias manos, azotando sus malditas cabezas contra la tina hasta que esta se resquebraje… ¡¿Entendieron?! —grité con furia, con rencor, haciendo que las sirvientas se paralizaran. Estaba tan lleno de odio que estaba fuera de mis cabales, y si no fuera porque Molly me necesitaba hubiera acabado con ellas en ese momento.
Tomé el collar, ante el asombro de Molly, metiendo mis dedos entre su delicado cuello y el accesorio, como si eso pu