ALEXEI MAKAROV
—Hermoso… simplemente hermoso —dijo mi padre mientras un par de sirvientes acomodaban el retrato de bodas que nos habían tomado en el jardín—. Estoy buscando el lugar indicado para la reunión. Será enorme y espero que llegue a los ojos del auditor.
Mi silencio y falta de energía hizo que por fin volteara, compadeciéndose de mí como si pudiera entender bien lo que me pasaba, cuando ni siquiera yo me entendía a mí mismo.
—¿De qué nacionalidad es el auditor? —pregunté en cuanto se acercó con intención de consolarme con unas palmadas. Su mano se quedó a centímetros de mí, congelada, mientras mi mirada se enganchaba con la mía.
—Ah… ¿a qué viene esa pregunta? —inquirió alejándose. Cambiando la piedad por la desconfianza.
—¿Es francés? —insistí.
—Sí… —dijo rápidamente sabiendo que tardar mucho haría que dudara de él. Lo malo de no tener una mentira bien fundada, es que puedes cometer errores.
—Entonces… ¿por qué su hija parece americana? —preguntó viéndolo con suma atención