LUCIEN BLACKWELL—De pronto se me perdieron de vista los niños… en verdad, lo siento mucho —agregó Camille una vez que estuvimos solos. Cuando volteé hacia ella de nuevo me sentí culpable por preocuparla.—No tienes que disculparte —respondí tomando su mano y besándola con cariño. —Prometí cuidarlos y se me escaparon, sé lo importante que es para ti estar en calma dentro del invernadero y… Antes de que terminara, tomé su rostro entre mis manos y la besé, robándome su aliento, alimentándome de su alma. Recuperando la paz que había perdido, gracias a su calor y su aroma.—Está bien… —susurré contra sus labios—. Nunca lastimaría a los mellizos, sé cuánto te importan y cuanto los quieres.Aún recordaba la manera protectora en la que se mostró aquella vez que la visité en el «chalet» de Damián y me la llevé. Desde ese día había demostrado que sería una madre protectora. —¿Dónde está Andy? —pregunté mientras examinaba su hermoso y angelical rostro.—Fue a buscar a Damián, no contesta el
ROCÍO CRUZAntes de poder contestarle escuché ese característico sonido de llantas de auto avanzando lento sobre el asfalto, suficientemente cerca para que pudiera percibirlo. Vi por encima de mi hombro un auto negro con las ventanas negras. Mi corazón se aceleró y mi estómago se hizo pequeño.—Donna… te tengo que colgar —susurré tragando saliva con dificultad.—¿Tienes que correr? —preguntó angustiada.—Tengo que correr —contesté antes de colgar en el mismo momento que la puerta del conductor se abrió. Mis piernas se tensaron y antes de que el hombre pusiera un pie en la acera, yo ya estaba corriendo desesperada como si mi vida dependiera de eso, mientras por dentro
ANDY DAVIS—Señorita Davis, no pensé que nos volveríamos a ver —dijo Nick con una sonrisa amplia, como si fuéramos viejos amigos. El mismo hombre de R.R. H.H. con el que había convivido de cerca cuando trabajé para Damián sin saberlo—. ¿Qué haces por aquí?—Lo mismo pregunto, ¿no se supone que trabajas en otra sucursal? —pregunté con una gran sonrisa mientras caminábamos juntos en el interior del edificio.—Despedir a Smith me hizo ganarme un ascenso —contestó con la frente en alto—. Ahora coordino el área de Recursos Humanos de toda la empresa.—Me alegra —dije con sinceridad, pues parecía un buen hombre—. Yo&h
ANDY DAVISSostuve el aliento mientras caminaba por ese pasillo de un par de metros. Luces blancas y pálidas iluminaban todo desde abajo. Los muebles pegados a las paredes eran de acero pulido. Todo parecía demasiado pulcro, demasiado ordenado, demasiado ajeno a Damián, o eso creía.Abrí uno de los cajones y encontré varios pasaportes apilados, de diferentes colores y nacionalidades. No solo eran de Damián, con otros nombres y otros datos, también había pasaportes para mí y los niños, bajo otras personalidades.Comencé a sentirme mareada y con dolor de estómago.Había más cajones, con dinero apilado de manera minuciosa en montos de diferente valor. Incluso me arriesgaba a decir que los billetes parecían nuevos, recién salidos del banco. ANDY DAVIS—Eso hubiera sido lo más inteligente de mi parte —contestó Damián por fin, viéndome directamente a los ojos—, pero no lo hice. No podía sacarte de mi cabeza. No podía dejar de pensar en ti y de anhelarte.»Me volviste loco, Andy. —Dio un paso hacia mí, el mismo que yo retrocedí. Entonces echó un vistazo a sus empleados, que aún esperaban en silencio, como estatuas—. La empresa es real, y genera resultados reales, pero hay más de fondo.Con un movimiento de cabeza hizo que los tres abandonaran la oficina, dejándonos solos. Podía sentir el peso de las circunstancias aplastándome, y mi pecho vacío, sin aire.—¿Por qCapítulo 165: Vomitando el miedo
LUCIEN BLACKWELLNo creí que jugar con los niños por un breve momento fuera suficiente para condenarme el resto del día. León y Victoria me seguían como soldaditos a cada rincón. Ni siquiera mi chofer era tan comprometido con cuidarme las espaldas como ellos.Si estábamos en la mesa se sentaban a mi lado. Si estaba en mi despacho ellos se quedaban jugando en la alfombra. Si salía al jardín se la pasaban brincando como conejitos alrededor de mí. No solo era extraño, no sentía que fuera la clase de hombre que se merece la fascinación de niños tan pequeños, sino que también me restaban un poco de oscuridad. No podía verme amenazante si ellos se la pasaban tomándome de la mano o abrazándose a mis piernas, pero curiosamente, no me molestaba, eran bastante tiernos.—Te aman —dijo Camille mientras arrullaba a Ángel con ternura—. Te
LUCIEN BLACKWELLEn ese momento el ama de llaves se acercó con un séquito de sirvientas y mi chofer. Caminaban con la frente en alto y las manos aparentemente vacías. Cada una se plantó detrás de cada policía, mientras que mi chofer se detuvo detrás del abogado, haciendo que los nervios y la tensión aumentaran.Las manos de los policías se posaron por un microsegundo en sus armas y antes de que el licenciado pudiera preguntar qué era lo que había pasado, las sirvientas sacaron de sus mandiles una M1191 con silenciador. Ni siquiera esperaron mi orden, pues ya la tenían. Jalaron el gatillo al mismo tiempo, reventando las cabezas de cada policía, haciendo que sus cuerpos cayeran de la misma manera, al mismo tiempo.El miedo en los ojos del se&nt
ANDY DAVISAbrí los ojos y la cabeza me daba vueltas. Los techos blancos y las luces frías me avisaron que no estaba en casa, pese a que mis ropas fueran las mismas que portaba antes de salir de ella. De pronto me levanté abruptamente, con el corazón acelerado: ¡Mis bebés! Los mellizos fueron lo primero en lo que pensé. —¡Por fin despertaste! —exclamó lo que parecía una enfermera, entrando a la habitación con su habitual atuendo y un cubrebocas que solo me dejaba ver sus ojos—. ¿Cómo te sientes?—Bien… algo mareada —contesté dejando caer la cabeza en la almohada—. ¿Dónde está Damián? ¿Dónde está mi esposo?—Te está esperando en el auto —susurró mientras me tomaba de las manos, invitándome a bajar de la cama.—¿En el auto? —pregunté confundida. Mi corazón estaba acelerado y se ahogaba con sus propios latidos. No me sentía bien—. ¿Por qué está en el auto?—Anda… solo estábamos esperando a que despertaras. Ya firmó tu alta y ya es hora de irte de aquí —dijo con un tono que me advertía q