Embarazada del perverso CEO
Embarazada del perverso CEO
Por: Nelsy Díaz
Capítulo 1

Isabella

Divorcio, palabra que en verdad lástima más de lo esperado. Creí que no me derrumbaría, pero el tener el bolígrafo en la mano a punto de firmar me reiteró que no era tan fuerte como imaginé.

Si tan solo hubiera estado más al pendiente de él nada de esto hubiera ocurrido.

Ese y muchos más pensamientos me torturaban.

Desde nuestra boda hasta ese instante solo fueron tres años. Un inicio lleno de amor que se desmoronó, al menos de su parte porque aún no asimilaba que accedí a divorciarme como lo sugirió.

El nudo en la garganta no me permitió pensar, menos cuando tan solo podía ver su impaciencia porque firmara.

__ Isa...

Tragué grueso deslizando la punta del bolígrafo en el papel, soltandolo con rapidez como si fuera una brasa eterna que dejó una quemadura dolorosa en mi mano. Me eché para atrás, aclaré mi voz y volví a verlo esperando que al menos se viera un poco mal, sin poder creer que su rostro apacible indicaba paz con esa situación.

__ El proceso está finalizado. - nos dijo el hombre frente a los dos. La incomodidad también la sentí cuando me miraron con lástima.

Todos notaron que no quería hacerlo, pues en mi mente aún existía la posibilidad de recuperar lo que quise fuera nuestro hogar.

__ Dustin ¿Podemos hablar? - pedí en un hilo. No quería que me viera llorar, pero necesitaba que la pregunta fuera respondida.

Él asintió con un poco de renuencia en su gesto ya conocido, más no quise indagar más sobre ello.

Al llegar a su auto, se detuvo un segundo mirando el llavero que le regalé en nuestro primer aniversario, sacó sus llaves y me las devolvió.

__ No tiene caso conservar nada de este desastre. - dijo. Con la mano temblando lo agarré y lo miré antes de dejarlo caer. No iba a conservar algo que marcó una etapa en mi vida si a quien se lo obsequié no le importó.

__ ¿Porqué ella? - pregunté con la voz rota. Suspiró con pesadez. Pellizcó su nariz y luego se burló de mi consulta.

__ ¿Ahora? ¿Es en serio, Isabella? Te ofrecí responder las preguntas hace unos meses y me evitaste. - me hizo recordar. - ¿Porque ahora? ¿Por qué no antes?

__ Porque aún no asimilo que no te duela el acabar con la promesa que nos hicimos. - recalqué. Limpié el rabillo del ojo y levanté la mirada. - Creía que el "en las buenas y malas" se iba a cumplir. Pero veo que no vale nada para tí.

__ No hagas eso. - pidió con desaire. - No me vengas a manipular con lágrimas que nada arreglan. Nunca lo hicieron y es lo único que diste en meses. Tu estrés me estresa más. Tu falta de utilidad en la cama. Ni para darme un hijo fuiste suficiente. - aquello golpeó más duro - No me apoyas en gastos. No fuiste ni siquiera capaz de hacerlo económicamente.

__ Te sostuve por un año entero en lo que conseguiste trabajo. Lo dejé por tí. - reclamé ya furiosa. - Dejé mi vida por tí y con unos meses haciendo lo que yo por años me cambias por alguien más. ¿Pero tenía que ser ella, Dustin? Mi mejor amiga.

Miré detrás suyo. Malya estaba ahí, sin acercarse. Aún no podía creer que quien decía ser mi amiga, fue parte de la destrucción de mi matrimonio.

__ No voy hablar de eso contigo. - me cortó de golpe. - Es un asunto privado y contigo ya no tengo más de eso.

Suspiré soltando el aire que me ahogaba. Dolía el solo pensar.

No tenía fuerza, pero aún así conservé la poca estabilidad que tenía en mis manos y me limpié las mejillas dejándolo atrás. El corazón me bombeaba con más rapidez de lo normal. Estaba furiosa. Con todos.

En su mayoría el rencor era conmigo misma. Seguí todos los consejos de mi madre para ser una buena ama de casa y no fue suficiente.

__ Isabella. - detuve mis pies. Malya me detuvo - Suerte.

No podía creer lo que escuchaba. Mi ex amiga yéndose de la mano de mi ex esposo. Tres años de matrimonio. Sus te amo no significaron nada para él en comparación conmigo. Los te quiero de Malya eran falsos, porque no se daña a quien se quiere. Luego de tanto compartido, solo recibía un "suerte" de su parte.

¿Qué tan desdichada podría ser? Estaba sola, eso era lo único que sabía y no podía cambiar.

Llegué a casa con el mismo agujero quemando en mi estómago, me hice un ovillo en la cama y lloré. Lloré con gritos, con ese molesto resquemor en la parte superior de mi garganta hasta quedarme dormida. Solo era un número más en las estadísticas. Un cuarenta o cincuenta por ciento de los matrimonios terminaron en divorcios, ahora lo entendía más porque era parte de ese número.

Recibí la mañana con mi cabeza palpitando de dolor. Un par de aspirinas y pude al fin ponerme de pie para bajar por el periódico en la puerta de la casa.

__ ¡Buenos días, señora Isabella! - saludó Billy, mi vecino en su bicicleta. Haciendo círculos para perder el tiempo de sus vacaciones. Levanté la mano y respondí de esa manera a su saludo.

Cerré la puerta para evitar que el chiquillo hijo de mi vecina llegara a preguntar sobre los videojuegos que me negaba a vender. No estaba de humor para negarme una vez más a ello, quizá esta vez lo haría y me olvidaría el porqué de conservarlos.

Me di ánimos viendo la televisión para perder el tiempo. Un martes por la mañana debería haber sido un poco más movido. Tal vez, lavar la ropa, preparar desayuno, cuidar de la ropa de trabajo de mi esposo, regar plantas o pensar en enviarle el almuerzo a su oficina. Salir con mi amiga para hablar de cosas cotidianas. Sin embargo, nada de eso era necesario ya.

No tenía nada de eso. No tenía un esposo. No tuve nunca una amiga. No me tenía a mí tampoco.

Soy fuerte, me recordé para no echarme a llorar de nuevo. Me daba lastima al mirarme al espejo. Mi aspecto no era el de una joven, ni me esmeraba en verme de mi edad. Perdí mi esencia tratando de conservar el de mi matrimonio.

__ No más. - me dije. No tenía a nadie que me diera palabras de aliento y en lugar de darme tristeza, me aterró.

Debía buscar un trabajo. Con los ahorros que tenía sólo sobreviviría unos meses ¿Y luego qué?

No iba a caer. Necesitaba una distracción que me diera dinero para no darles más motivos para burlarse de mí a aquellos que lo hicieron por tanto tiempo.

Saqué hojas del periódico. Desplacé las que buscaba y marqué con un marcador trabajos que quizá, con suerte, podría ser considerada apta.

Llamé a unos cuantos. Los aspirantes eran tantos que las posibilidades eran por decirlo así, nulas.

Tomé un sorbo de agua y seguí. Las respuestas eran que fuera en la mañana para mi entrevista y eso me animó un poco más. No podía quedarme sin hacer nada, la televisión no me distrajo más, y tomé el periódico una vez más leyendo entre la sección de empleos.

Enfermeras personales, agente de ventas, edecanes, tantas cosas y a ninguna de ellas podía llamar.

Respiré masajeando mi sien leyendo una que sonaba interesante.

Vacante de asistente legal.

Buena presentación. Horario flexible. Entre veinticinco y treinta y cinco años. Bilingüe y conocimiento sobre lo básico en el ámbito legal.

Contaba con muchos de los requisitos. No perdía nada con llamar y preguntar.

__ Si puede venir ahora mismo, demostraría la flexibilidad de horarios. - me dijo la chica que me contestó. - Le aconsejo que lo haga. No hay mucha competencia.

Debería haber preguntado más, pero solo corrí escaleras arriba con el tiempo corriendo en contra para ponerme presentable. Elegí un vestido gris tipo ejecutivo que se amoldaba a mi cuerpo como una fina tela cubriendo otra, usé accesorios a juego y subí al taxi que había pedido anteriormente.

En poco más de quince minutos con poco tráfico llegué al edificio donde rápidamente llegué al ascensor. Las puertas estaban por cerrarse en el momento que corrí pidiendo al hombre que también iba subiendo que lo detuviera.

Al último segundo lo hizo, siendo mi mala suerte el tropezar sin caer ya que unos brazos me sostuvieron para no tocar el suelo. Me fijé en el rostro frente al mío. Me miraba como si le molestara realizar un favor, frío era lo que sentía al ver esos ojos celestes mirarme sin un ápice de emoción. Su altura me hacía ver pequeña a su lado y con solo pasar saliva podía ver su manzana de Adán moverse al ritmo de mi corazón.

Una neblina nos cubrió y por algún motivo me negaba a abandonar ese lugar tan helado y solitario.

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