Epílogo.
Aiden.
Amaba el solo ver lo que tenía frente a mí, saber que cada día los tenía cerca, que aún con las dificultades que eso representaba no podía decir más que solo un gracias al amanecer a su lado, dormirme con sus brazos sobre mí pecho y sus suspiros siendo solo míos.
Me gustaba mirar sus sonrisas, fuerte y escandalosas llenando el lugar donde nos encontrábamos. Solo ellos y yo.
Un parque ahora era un buen destino para pasar. Un sitio donde esa risas siguieran oyéndose al tratar de jugar a la pelota que rodaba con las paradas inestables de Arthur, el cual corría atrás de la bola sin perderla de vista, con su madre atrás de él, mientas yo lo esperaba.
__ ¡Lo tengo! - gritó Lucía subiéndolo a sus hombros sacando otra risa fuerte del niño de poco más de tres años. - ¡Yo lo tengo! ¡Yo lo agarré! ¡Es mío!
Este reía más fuerte cuando mi hermana simulaba un caballo que relinchaba.
__ Lo vas a golpear. - advertí, pero hizo caso omiso a mi pedido llevándoselo consigo de esa misma forma.