Capítulo 4

El sudor que emana de los cuerpos musculosos se mezcla con sangre, al mismo tiempo en que los alaridos de aquellos conquistadores se unen al chirrido de las espadas.

El alfa Tron, cuan imponente y fiero guerrero, lame los cuerpos de sus enemigos sin un atisbo de piedad ni remordimiento.

—Por favor, seré su esclavo de por vida si me deja vivir —suplica un joven entre lágrimas y grandes espasmos.

—¿Por qué crees que debo dejar con vida a una rata asquerosa como tú? Le haré un bien a nuestro continente si te borro de la faz de la tierra.

El chico traga pesado al escuchar su voz ronca y poderosa, que podría ser comparada al trueno.

—Por favor, no quiero morir —llora con gran angustia, pero antes de que pueda volver a suplicar, la espada de Tron se levanta en su contra y la cabeza del joven rueda sobre el terroso suelo, que de inmediato es manchado por la sangre que chorrea del joven.

Con cara de asco, Tron limpia su espada y tira el trapo encima del cadáver mutilado, entonces continúa con la cruel labor de acabar con toda una manada sin dejar a ningún sobreviviente.

***

La llegada del alfa junto a sus guerreros se anuncia, por lo que muchos miembros de la manada salen a recibirlo.

—Traje semillas sagradas de nuestro viaje —anuncia airoso—. Lo que significa que tendremos una buena cosecha este año.

Todos aplauden y celebran con euforia la gran noticia.

Ese tipo de semillas es muy difícil de conseguir, pero es el mejor abono para que la tierra de las mejores y más abundantes cosechas.

Después de alcoholizarse junto a sus guerreros, el alfa Tron se dirige a su mansión a descansar.

—Cariño, te prepararé un baño —lo intercepta Vesti, quien lo recibe con un hermoso vestido rojo y el perfume más costoso, que su padre le trajo cuando regresó de su último viaje.

—¿Qué diablos haces en mi casa? —interpela él con hastío.

—Azucena me dijo que hoy regresabas de tu viaje, así que quise darte una buena bienvenida. Ven, mi alfa, te voy a consentir como te gusta. —Ella se ase del brazo grueso y pesado, pero este la empuja con brusquedad y la mira con fastidio.

—Deja de comportarte como si fueras mi esposa. Me asfixias, mujer. ¿Cuántos polvos nos hemos tirado? ¿Diez? ¿Quince? ¡Ja! No eres mi mujer ni nada que se le parezca, solo una zorra que me abrió las piernas.

Ella aprieta los puños y lo enfrenta con rabia.

—¿Hasta cuándo tendré que humillarme ante ti? ¿Acaso se te olvida quién soy yo?

—No, cariño, es a ti a la que se le olvida con quién estás tratando. Vete, no tengo ganas de ti hoy.

—¿Qué significa eso? ¡¿Acaso me reemplazarás por tus nuevas rameras?!

Él entorna los ojos.

—Debo estrenarlas, ya que no he tenido tiempo de probarlas —dice airoso, y sus labios forman una sonrisa diabólica—. De todas formas, tu vagina ya me tiene cansado. ¿Por qué no me dejas un tiempo en paz? Quizás así me vuelva a dar deseo de buscarte. Es que eres tan obsesiva, que no permites que te extrañe.

Él no espera a que ella le refute porque de inmediato se pierde en el pasillo, dejándola humillada y con el corazón herido.

Con los ojos llenos de lágrimas y los celos carcomiéndole la razón, se dirige a las habitaciones que pertenecen a las amantes del alfa y las reúne a todas, entonces, junto a sus cómplices y a escondidas de Tron, empieza a maltratarlas y a desquitar su dolor con ellas.

Esa noche, el alfa no solicita la compañía de ninguna mujer como tiene por costumbre, en su lugar decide dormir, puesto que se encuentra muy agotado.

***

Pronto llega la mañana y cada cual empieza su tarea.

Otsana se levanta temprano, como todos los días, y se va a trabajar al campo junto a su madre.

—¡Estoy muy cansada! —dice a media mañana, y deja salir un resoplido.

—¡Te has vuelto muy floja en estos días! —le reclama la madre, quien continúa recogiendo el trigo—. Los capataces están cerca, si te ven de perezosa te van a castigar. Mejor evítanos problemas a ambas y continúa trabajando.

—Pero es que tengo mucho sueño y me siento débil —replica ella con voz apagada. En esos días su estado de salud ha recaído, pero su madre siempre minimiza sus quejas.

Al medio día, Otsana y su madre toman un descanso y, mientras almuerzan, conversan con sus compañeros entre risas y anécdotas.

De repente, ella siente la necesidad de ir al baño, así que se levanta de su asiento y corre en dirección a los retretes, que se encuentran apartados y juntos.

Después de orinar, ella enfoca la mirada hacia el bosque y se muerde el labio inferior, como manera instintiva de refrenar el deseo que siente de ir al campamento de guerreros, donde de seguro encontrará al alfa.

—Deja de ser alcahueta y olvídate de él —se increpa a sí misma—. Ese alfa no te quiere y nunca te querrá.

Ella se gira para regresar con su madre y los demás, pero un olor característico la detiene, entonces se voltea en busca del dueño de aquel aroma hipnotizante.

—Aquí estás, pequeña loba —dice él con tono juguetón. Pese a que su expresión es relajada, la fuerza de su voz le causa varios escalofríos a Otsana, a quien le es inevitable sentirse intimidada por él y por lo peligroso que este luce.

—¿El alfa está merodeando el territorio de los omegas esclavos? ¡Esto sí que es raro! —ironiza ella y se cruza de brazos.

—Yo puedo merodear todo lo que me plazca, ya que esta es mi manada, loba insolente.

—Tiene razón, pero para usted nosotros somos peor que la basura, así que nunca desea estar en nuestra presencia.

—Tienes razón, pero vine para buscar lo que me pertenece —le responde con tono malvado, ese que le da mala espina.

—¿A qué se refiere?

—A que ya no trabajarás aquí junto a los demás esclavos. Ahora conformarás parte de mi servidumbre. Te llevaré para mi mansión, pequeña loba.

El temor la inunda de repente. ¿Para qué la quiere él allí? ¿Acaso piensa humillarla más de lo que ya lo ha hecho?

—No, no me puedo ir con usted —niega con voz trémula—. Mi madre no se puede quedar sola, ya que yo soy su única compañía.

—¿Qué acabas de decir? ¿Cómo te atreves a replicarme a mí? —Se apunta así mismo con el dedo—. ¿Acaso se te olvida con quién estás hablando? ¡Soy el maldito alfa de esta manada!

El cuerpo pequeño de ella empieza a temblar.

—Lo sé, pero no puede disponer de mí así nomás. Por lo menos déjeme avisarle a mi madre y recoger mis cosas —pide entre lágrimas—. Si no es mucho atrevimiento, le ruego que se la lleve a ella también.

La carcajada malvada del alfa resuena en el lugar.

—Eres una tonta. ¿Para qué me llevaré a tu madre? Es a ti a quien quiero sirviendo en mi casa. En cuanto a tus trapos, no te preocupes, allá en la mansión tendrás qué ponerte.

—Déjeme despedirme de mi madre, por lo menos. Si no regreso con ella, se va a preocupar y pensará lo peor. Por favor, alfa, concédame solo esto. —Ella se tira de rodillas y llora a los pies de su señor.

—No me importa si piensa lo peor; no tengo tiempo para estupideces. No eres ni la primera ni la última que es cambiada de lugar, así que deja el maldito drama.

—Alfa, por favor...

Él ignora sus súplicas y la sostiene por la cintura.

Como si fuera un saco de papas, Tron se la sube al hombro y empieza su andar, ignorando los pataleos, ruegos y gritos, pertenecientes a la chica que lucha por librarse de él y escapar.

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