Emboscado

—¿Qué parte de que Reyyan me odia no has entendido?

—No te odia, está molesta que es diferente y no es para menos, la obligaste a regresar contigo. Pero tienes algo a tu favor.

—¿Qué?

—Comparten casa y cama.

—No me deja tocarla más allá de un simple abrazo, crees que me va a permitir tener sexo con ella.

—Solo es cuestión de tiempo, ¿o por qué crees que ha empezado a usar esa ropa? Es obvio que desea volverte loco de deseo y ya lo logró, mis respetos para esa mujer. Quién pensaría que ella sería capaz de lograr lo que ninguna otra.

—¿Qué cosa?

—Enamorarte y tenerte comiendo de su mano. Has dejado de ser el demonio que solías ser desde que casi los pierdes. No me mires así, sabes que tengo razón, te la pasabas de mal humor la mayor parte del tiempo, si el día tiene veinticuatro horas, tú te la pasabas enfurruñado veinticinco, no sé cómo lograbas algo así.

—Tienes razón, pero en mi defensa diré que ella me sacaba de quicio.

Antes de seguir discutiendo con Marcello, recibo una llamada de
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