El coche se alejó, pero el corazón de Mariana no sentía alivio alguno; por el contrario, se sentía más pesado.
La puerta de la casa se cerró. Mariana vio salir a Walter. Su ceño fruncido y su expresión facial dejaban claro que no estaba de buen humor.
Seguramente se sentía frustrado, habiendo sido despertado por esos dos ancianos que entraron llorando, arrodillándose y suplicando. Llevaba puesta una camiseta de cuello alto negra, pantalones oscuros y un abrigo de lana colgado del brazo.
Mariana lo miró y de repente dijo: —Vamos a ver a Jimena.
Walter la miró de inmediato. ¿A quién?
Al percibir la incredulidad en los ojos de Walter, Mariana aclaró con calma: —A Jimena.
Walter apretó los labios, rechazando la idea: —No quiero.
Solo ver a esa mujer le provocaba dolor de cabeza. Recordar cómo lo habían engañado durante esos tres años lo hacía sentir aún más asqueado.
Mariana preguntó: —¿Entonces voy yo sola?
Walter se mostró descontento: —¿Es realmente necesario verla?
¿Por qué de repente