Jimena entró en la sala reservada, pero la encontró vacía.
Su guardaespaldas murmuró: —Señorita, ¿este Dios M es de fiar?
Ella lo miró severamente y respondió con confianza: —¡Claro que sí!
A sus ojos, Dios M era la clave para encontrar el loto nevado, así que cualquiera que lo cuestionara se ganaría su ira.
Jimena se sentó en el sofá, sacó su celular con alegría y envió un mensaje a Walter: [No necesitas seguirlo buscando. ¡Ya lo encontré!]
Tras enviarlo, tarareaba una melodía y balanceaba sus piernas como si ya viera la luz del triunfo.
El tiempo transcurrió hasta las ocho en punto, y Jimena se levantó emocionada, lista para recibir a esta misteriosa persona. Después de todo, Dios M rara vez se mostraba, y ¿que ella pudiera verlo era un gran honor, verdad?
Con una brillante sonrisa en su cara, se paseaba de un lado a otro, esperando su llegada. Sin embargo, a medida que se acercaba las ocho y media, Dios M aún no aparecía.
El guardaespaldas entró y preguntó: —¿Señorita, él aún no lle