El dueño se sintió un poco incómodo; precisamente porque habían venido a beber, era necesario ofrecer compañía.
—Salgan, si necesitan algo, los llamaré —dijo Walter con voz indiferente.
La luz en el reservado no era muy brillante, y él, sentado solo junto a la ventana, emanaba una aura de distanciamiento y nobleza.
Fuera de la puerta, algunas personas miraban disimuladamente hacia adentro y al ver a Walter en el sofá, una de ellas le dijo a su amiga:
—Es Walter, el magnate de Yacuanagua.
—¿Qué tal? ¿Está guapo? —preguntó otra, ansiosa.
—Sí, está increíble, aunque no se le ve bien la cara. Pero tiene una presencia impresionante... y su voz es muy agradable.
¡Bang! —La puerta del reservado se cerró de repente, y la conversación de las mujeres se interrumpió.
El dueño inhaló profundamente y le ordenó a su asistente: —Cuida bien a los clientes de este reservado. Si pasa algo, te lo voy a cobrar —Después de eso, se marchó.
Las chicas se miraron entre sí, y una de ellas exclamó: —Si alguien