Decidí guardarlo en mi bolsillo y dejar de obsesionarme con la hora, lo mismo hizo Paulette con su teléfono, que parecía haberse quedado sin señal desde que el tren arrancó.
Intenté hallar un atisbo de racionalidad en los últimos acontecimientos.
“¿Podría ser que este tren perteneciera a alguna línea de prueba o que estuviera fuera de servicio oficial, pero funcionando?”
Sin embargo, nada de eso explicaba el estado en que se encontraba ni la falta total de personal.
—¿Te imaginas que estamos en un sueño? —pregunté en voz baja, casi con un deje de humor macabro.
—Si fuera un sueño, sería uno muy extraño —replicó Paulette, frunciendo ligeramente el ceño mientras cruzaba los brazos—. Y no sé por qué tú estarías en él —añadió con una media sonrisa, como si la idea le resultara tan absurda como inquietante.
Sus palabras me descolocaron un poco porque sonaron ambiguas.
La miré de reojo y vi que esbozaba una sonrisa triste, como si hubiese algo que no me estuviera contando, decidí no presionarla, cada uno tenía derecho a guardar sus secretos, y solo acabábamos de conocernos.
El tiempo siguió fluyendo o estancado, ya no estaba seguro mientras el tren continuaba su rumbo silencioso y parsimonioso por momentos, rápidos y ruidosos en otros.
Sentía el parpadeo de las luces encima de mi cabeza como un ritmo hipnótico, a ratos, el sopor me invadía, pero un sobresalto me mantenía despierto, la conciencia de que algo no iba bien permanecía, pero no quería parecer un lunático frente a esa hermosa mujer.
Llegado cierto punto, me levanté y caminé hacia la unión con el siguiente vagón, guiado por una corazonada.
Pero mientras caminaba hacia el otro vagón empecé a notar sobre los asientos algunos periódicos, como si alguien los hubiera estado leyendo y los hubiera dejado allí.
Cuando tomé uno, me quedé pasmado, la fecha de la portada era de hacía un par de meses, no del día, sin embargo, sus páginas estaban amarillentas y arrugadas, como si hubieran sido manipuladas por decenas de manos desconocidas.
—Parece que nadie ha limpiado este vagón en días, eso explica su apariencia. —murmuré, hojeando con cuidado.
Eran noticias locales de pueblos cercanos, obituarios, historias que nada tenían que ver conmigo… Algunos mostraban nombres de personas fallecidas en mayo, algunos accidentes, asesinatos y cosas así.
Me estremecí cuando me di cuenta de que parecía hablar solo de sucesos sangrientos.
Un escalofrío me recorrió la espalda, con cautela, dejé los periódicos sobre los asientos, el interior del tren también reflejaba esa rareza.
Volví con Paulette, intentando asimilar lo que había visto, le conté lo de los periódicos y ella soltó una sonrisa despreocupada, como queriendo decirme “No te alarmes, son solo periódicos”.
—Tal vez deberíamos buscar al conductor, o al menos la cabina de mando —propuse, sintiendo un leve nudo de ansiedad en el estómago—. Necesitamos explicaciones, deseo saber a dónde vamos.
Paulette asintió, aunque pude ver su incomodidad pintado en su rostro silencioso, aun así, nos pusimos de pie y avanzamos por los estrechos pasillos.
De pronto, nos topamos con otra persona.
Al abrir la puerta, me encontré con ese sujeto de pie junto a la puerta del próximo vagón, detrás de él a la distancia distinguí un tenue resplandor, avancé, sintiendo el suelo crujir bajo mis pies.
Cada vagón parecía más antiguo que el anterior, o eso note desde donde estaba, como si retrocediera en el tiempo a medida que avanzábamos.
—¿Buscando algo? —preguntó el sujeto sin voltear, su voz tenía un eco extraño, como si reverberara en un espacio mayor del que veíamos.
—Queremos hablar con el maquinista —respondí, manteniendo la voz firme a pesar del nudo de tensión en mi garganta—. Necesitamos saber hacia dónde vamos y por qué no hay paradas oficiales.
El sujeto se giró lentamente, con ojos penetrantes sobre nosotros.
—El maquinista… está adelante, sí —respondió con un tono pausado, como si la respuesta fuera obvia—. Pero, ¿no lo saben? —Sus ojos reflejaban una extraña mezcla de desconcierto y diversión, lentamente se quitó los audífonos de sus oídos—. Este tren solo se detiene en algunos puntos específicos, igualmente pueden preguntar.
Paulette frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con eso?
El hombre esbozó una leve sonrisa antes de responder.
—Todos los que suben aquí, al tren de medianoche, deben tener en cuenta que este tren solo para en los lugares necesarios.
Su tono fue tan tranquilo que, por un momento, casi sonó como un consuelo… o como una advertencia.
—Es mejor que vayamos a la parte frontal —insistí, sintiendo cómo la urgencia crecía en mi interior—. No podemos quedarnos sin respuestas.
Paulette asintió, aunque noté la inquietud en su expresión. Sin decir más, echamos a andar hacia adelante.
El camino por los vagones se volvió casi surrealista. Conforme avanzábamos, cada uno tenía un estilo apenas distinto, pero con detalles que evidenciaban su deterioro. Había asientos dañados, lámparas rotas o que chisporroteaban, y en algunos rincones se veían papeles, folletos o recortes de periódico esparcidos por el suelo, todos marcados con fechas recientes, como si hubieran pertenecido a gente que subió antes que nosotros y dejó un pedazo de su historia atrás.
—¿Cuánto tiempo lleva este tren recorriendo las vías así? —pensé en voz alta, sintiendo un escalofrío al imaginar la posibilidad de que no tuviera un destino final.
—Quizá es un tren de la década del 2000 que nunca renovaron —aventuró Paulette, observando los detalles desgastados del interior—. Pero… no sé, lo mejor es que averigüemos un poco más.
El traqueteo de las ruedas era cada vez más hipnótico, y la temperatura no mejoraba.
Al llegar al penúltimo vagón, nos detuvimos. Frente a nosotros, la puerta que daba a la cabina del conductor estaba cerrada con un candado grueso.
—¿Ves algo? —pregunté, intentando asomarme por la ventanilla de la puerta.
Paulette miró a través de la pequeña rendija.
—Está casi todo a oscuras —susurró, entrecerrando los ojos—. Distingo una silueta… podría ser alguien sentado allí.
Su voz tenía un matiz de duda, como si no estuviera segura de si realmente había alguien o si su mente le estaba jugando una mala pasada.
—Debe de ser el conductor —dije, y le di un par de golpes al cristal—. ¡Hola! ¿Puede ayudarnos? ¡Estamos atrapados aquí!
Sin embargo, la figura no se movió.