El primer choque fue brutal.
Las antorchas de los fanáticos de Azereth iluminaron los árboles, proyectando sombras retorcidas mientras sus cánticos se mezclaban con gritos de guerra. Las primeras lanzas cayeron contra la formación improvisada de Ian y Jordan, que apenas lograban mantener a raya a la marea.
Ciel, arrodillada en el suelo, respiraba con dificultad. Cada vez que intentaba levantarse, el eco de Artaxiel vibraba en su interior, como un latido oscuro que amenazaba con reclamarla.
Jordan cercenó a un fanático que se lanzó contra ella, y al hacerlo, rugió:
—¡No te atrevas a tocarla!
Ian, a su lado, bloqueaba golpes con un destello dorado que brotaba de sus manos, aunque sus fuerzas se consumían rápido.
—Concéntrate, Jordan. Si dejas que la rabia te controle, no sobreviviremos.
—¡Cállate! —espetó el mayor de los hermanos, derribando a otro enemigo de un tajo—. Tú no entiendes nada. ¡No entiendes lo que significa protegerla!
Ian lo fulminó con la mirada mientras contenía a dos f