El campo hecho pedazos
El choque fue brutal. La tierra se abrió en grietas incandescentes, los árboles ardieron como antorchas y los muros derruidos terminaron de caer, convertidos en polvo. El campo ya no parecía un campo: era un cráter de guerra, un altar en el que el destino mismo estaba siendo escrito.
Los tres líderes avanzaban como bestias ancestrales. Y en medio de ellos, Ciel flotaba apenas unos centímetros sobre el suelo, sus ojos divididos entre la claridad celeste y el abismo plateado de Artaxiel. Su voz salió partida en dos tonos, humana y monstruosa al mismo tiempo:
—Vengan… uno por uno.
Contra Azereth
El señor de las sombras fue el primero en lanzarse. Su lanza oscura se alzó como un relámpago de tinieblas, extendiendo miles de tentáculos que buscaban atravesar a Ciel.
Ella no retrocedió. Levantó una mano, y de su palma brotó una esfera plateada que devoró los tentáculos, los trituró como si fueran cenizas, y devolvió el ataque con el doble de fuerza.
Azereth gruñó, sorp