La noche cayó sobre la fortaleza Vorlak con una calma inquietante. Los portadores descansaban tras días de entrenamiento, batallas y reconstrucción. La luz de la luna iluminaba los muros reforzados y los campos del valle, proyectando sombras que se movían con suavidad, casi como si tuvieran vida propia.
Ciel caminaba sola por los corredores antiguos, guiada por una intuición que no podía ignorar. La marca del eclipse brillaba con un resplandor tenue, pero constante, recordándole que aunque la guerra visible había terminado, había secretos que aún esperaban ser descubiertos.
Se detuvo frente a un arco de piedra cubierto de inscripciones antiguas. Al tocarlo, un pulso de energía recorrió su brazo y proyectó imágenes en su mente: visiones de portadores antiguos que nunca había conocido, recuerdos de batallas olvidadas y fragmentos de un conocimiento tan vasto que hacía que incluso Seraphine y Lysandra parecieran principiantes.
—Esto… esto es más profundo de lo que imaginé —murmuró Ciel—.