Esa noche, Ciel no pudo dormir. La luz tenue de la luna iluminaba su habitación mientras la marca en su muñeca parecía latir con un ritmo propio, suave pero insistente. Cada pulsación le hablaba de un poder antiguo, de una historia que no podía ignorar.
—Tengo que saber más —murmuró para sí misma, levantándose de la cama. Ian y Jordan aún descansaban, pero ella sabía que no podía esperar.
Se dirigió a la sala del campus donde guardaban los libros antiguos y pergaminos que habían encontrado. Allí, entre estantes polvorientos y manuscritos olvidados, descubrió un cofre pequeño, decorado con símbolos que parecían resonar con la marca del eclipse.
—Esto no estaba aquí antes —susurró, acercándose con cautela.
Al abrirlo, encontró cartas, reliquias y un pequeño diario de cuero gastado. Al tocarlo, la marca de su muñeca ardió con intensidad, como si reconociera el vínculo. Ciel abrió el diario, y las palabras escritas con tinta desvanecida comenzaron a revelarse ante sus ojos.
“Si estás leye