El cuerpo de Ciel flotaba, suspendido entre las manos de Ian como si una fuerza invisible la elevara. Sus cabellos se agitaban con un viento que no existía y sus labios se movieron, aunque no era su voz la que salió de ellos.
Era la voz de Artaxiel, grave, distorsionada, como si hablara desde dentro de un abismo:
—Por fin… el Eclipse abre los ojos.
Las sombras que rodeaban a la muchacha se extendieron como tentáculos hacia los muros derruidos, envolviendo todo el lugar en un manto oscuro.
Ian la sujetaba con desesperación, sacudiéndola con fuerza.
—¡Ciel! ¡Escúchame! No eres él… ¡no lo eres!
Pero Ciel abrió los ojos, y sus pupilas estaban teñidas de negro con un destello plateado en el centro. Una mezcla imposible.
—Yo… no… soy… tuya… —jadeó, y su voz era una lucha constante, como dos voluntades peleando por el control de un solo cuerpo.
Jordan dio un paso al frente, sus colmillos también visibles, su aura vibrando con violencia.
—Si la absorbe por completo, no quedará nada de ella —g