El abuelo avanzó como un espectro imparable, su espada levantada para atravesar a Ciel antes de que el portal colapsara.
—¡Tu vida me pertenece! —rugió.
Pero en el instante en que el filo descendió, una figura se interpuso con un estruendo metálico.
—¡Jamás! —gritó Leonardo, clavando su propia espada contra la de su padre.
El choque fue tan violento que una onda de energía barrió la sala. Leonardo cayó de rodillas, sangrando por la boca, pero no soltó el arma. Sus ojos, cargados de furia y amor, se clavaron en los de su hija.
—Ciel… ¡corre!
Ella tembló, sin poder moverse. El portal rugía a sus espaldas, absorbiendo cada vez más energía, y la lanza en sus manos vibraba como si fuera a estallar.
—¡No puedo dejarte! —sollozó.
El abuelo, con una fuerza descomunal, empujó a Leonardo hacia un lado, haciéndolo chocar contra los escombros. Su espada descendió otra vez, pero esta vez fue Ciel quien reaccionó.
Alzó la lanza y un destello plateado atravesó el aire. El impacto lanzó al anciano va