Ciel se mordió el labio, intentando encontrar una respuesta que desactivara esa bomba a punto de estallar frente a tantos ojos curiosos. El murmullo de los estudiantes empezaba a crecer, como una ola que amenazaba con arrastrarlos a todos.
—Lucía, no es lo que piensas… —susurró, con voz quebrada.
Pero su amiga ya sonreía con un brillo malicioso en los ojos, fascinada por aquel inesperado espectáculo.
Ian no le dio tregua. Dio otro paso hacia adelante, obligando a Jordan a retroceder apenas unos centímetros. Su presencia era imponente, como si el aire mismo se tensara con su sola cercanía.
—No juegues con ella, Jordan —dijo, con la voz grave, cargada de un filo que solo él sabía usar—. Sabes perfectamente lo que está en juego.
Jordan entrecerró los ojos, inclinando apenas la cabeza, como un depredador midiendo a su rival. —Lo único que está en juego es tu ego —replicó—. Ciel no necesita cadenas, Ian. Lo que necesita es alguien que la deje respirar.
La mirada de Ian se oscureció aún más