Subo a la limusina y le pido a Gustaf que le exija al auto todo lo que pueda dar. Cruzamos las avenidas como bólidos endiablados, saltándonos los semáforos y rompiendo todas las leyes de tránsito existentes.
Nos toma pocos minutos para darle alcance a la ambulancia, no pienso dejar a mi mujer sola con este desastre.
―Señor, me temo que va a tener que mover todas sus influencias para que no vayamos a la cárcel ―sonríe con complicidad a través del espejo del retrovisor―. Acabamos de convertirnos en los delincuentes más buscados de la ciudad.
Giro mi cara por encima de mi hombro y noto las patrullas que nos siguen de cerca. ¡Joder! Esto era lo que me faltaba.
―No te preocupes, Gustaf ―meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saco mi móvil. Es hora de mover las fichas―. Sigue haciendo lo tuyo y no pierdas de vista a esa ambulancia ―reviso el directorio de contactos y elijo mi comodín―. Gobernador Evans, lamento molestarlo a esta hora de la noche, pero esta es una situación de emer