Siento que estoy metida en una especie de extraña pesadilla de la que no puedo salir. Mi cabeza es una neblina de pensamientos confusos cargados de culpa. No dejo de pensar que todo lo que ha sucedido es gracias a no haber denunciado a mi padre en aquella ocasión en la que nos hizo daño a mi hija y a mí. De haberlo hecho, Scott no estaría herido.
―Cálmate, cariño, todo estará bien. Ya verás que dentro de poco los doctores nos dirán que solo se trata de un golpe sin consecuencias que lamentar.
¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Por qué dejo que se acerque a mí después de todo el daño que me hizo? Quiero gritarle a la cara su abandono, sus reproches y todas sus humillaciones, pero me siento sin fuerzas para hacerlo. Ahora mismo necesito de alguien que me consuele, que me haga olvidar todas las desgracias por las que he padecido en mi vida.
―Gustaf, ve a la cafetería y consigue un té para ella. Está muy nerviosa.
Giro mi cara y me encuentro con la mirada cálida y gentil del hombre que, e