Capitulo 7.

Capítulo 7.

Pov Calen:

Esa mujer ya se ha ido por una semana. Una maldita semana entera… y todavía no ha vuelto.

Incluso Alexander ha empezado a sospechar si realmente ha decidido no volver, pero yo sé que eso es imposible. Solo está haciendo un berrinche, tratando de llamar mi atención, usando la seguridad de mi heredero para amenazarme y así conseguir el puesto de Luna para satisfacer su vanidad.

No entiendo cómo puede ser tan desagradecida. Muchas Omegas como ella mueren esclavizadas, y si no fuera por mí, ella no habría sobrevivido hasta ahora. ¿Y esas joyas y vestidos hermosos? Ni siquiera debería soñar con ellos.

Cojo el estuche negro que está sobre la mesa del escritorio. Es el regalo que me dejó antes de irse. Lo abro. Es un reloj exclusivo, con mis iniciales grabadas en el reverso.

Hmph.

Cierro el estuche con fuerza y le dije a Alexander: "En dos días es mi cumpleaños. Cada año ella planea algo especial. Ya lo verás, antes de eso, ella volverá, seguro."

Algo se remueve en mi interior y no entiendo lo qué es. Me levanto de la silla y abro la puerta, llamando a alguna sirvienta.

Unos segundos después llega corriendo la criada a la que regañé por haber cambiado las píldoras de Every.

—¿Qué desea Alfa? —pregunta, agachando la cabeza.

—Averigua dónde están los regalos que Every me dio los años anteriores. ¡Quiero verlos ya!

Ella asiente con la cabeza y se va tan rápido como llegó. Minutos después, regresa.

—Están en su antigua habitación… Alfa. Las sirvientas la usan ahora como cuarto de almacenamiento.

—¿Qué dijiste?

—Eso… que la habitación fue transformada en un almacén…—

No dije nada. Solo me levanté y caminé hasta allí. Cada paso que daba retumbaba en los pasillos. Cuando llegué, abrí la puerta con rabia.

Ahí estaba.

La habitación de Every… llena de cajas, mantas viejas, libros apilados como si fueran basura, cosas rotas…

Me acerqué a la cama. Sobre ella estaban tirados algunos de los regalos que me había dado. Me senté y los acaricié con nostalgia. Unos minutos después, me levanté y salí al pasillo.

—¡¿Quién demonios decidió hacer esto?! —grité con furia. Dos sirvientas que pasaban por ahí se detuvieron en seco.

—¿Alfa?

—¿Quién les dio permiso para convertir esa habitación en un maldito almacén?

Las dos bajaron la cabeza. Una empezó a temblar de inmediato.

—La encargada dijo que… como la señorita Every ya no estaba, no tenía sentido dejarla vacía…

—¿Y eso qué m****a tiene que ver? —bufé, avanzando hacia ellas—. ¿Desde cuándo ustedes deciden qué se hace con las habitaciones?

Se quedaron en silencio, y mejor que lo hicieran, porque estaba perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

—Quiero todo fuera de ahí antes de que anochezca. Ni una caja, ni una manta. Quiero la habitación igual que antes. ¿Entendido?

—Sí, Alfa. Lo sentimos mucho…—

Salieron corriendo, aterrorizadas. Miré una vez más hacia el interior de la habitación. Algo me vino a la mente y entré de nuevo. Caminé directo hacia la cómoda, abrí el cajón al lado de la cama.

Ahí guardaba mis fotos.

Siempre supe que las tenía. Algunas las había tomado ella, otras se las habían pasado. Me miraba cuando creía que no me daba cuenta. Le gustaba observarme… como si yo fuera un sueño hecho realidad.

El cajón está vacío, no puedo evitar sonreír.

Lo sabía. Es Every, lo chica está locamente enamorada de mí.Me necesita. Siempre ha sido así.

Y esta vez, no le va a salir gratis. Va a llorar, va a suplicar, y yo la perdonaré… pero le enseñaré cuál es su lugar. Va a entender de una vez por todas que conmigo no se juega.

Vuelvo a mi despacho y llamo a Alexander.

—Quiero que contactes con Natasha—.

—¿Ahora? —preguntó, sorprendido.

—Sí. Que venga mañana. Es hora de discutir sobre los detalles de la boda.

—Alfa, si te gusta la señorita Every, ¿por qué vas a casarte con otra? —Alexander me miró como si no lo esperara.

—¿Qué estás diciendo? —lo fulminé con la mirada—. ¿Quién te dio permiso para suponer lo que pienso?

Alexander era mi asistente de mayor confianza y mi mejor amigo, pero eso no justificaba que cruzara esa línea.

—Mi matrimonio con Natasha traerá más territorios y recursos. Espero que recuerdes cuántos recién nacidos necesitamos mantener.

—Más te vale que esa sea la verdadera razón, —murmuró Alexander—. Desde que desapareció la señorita Nathaly, te has vuelto imposible de tratar.

Sabía que iba a estallar de furia. Ese nombre era absolutamente prohibido para mí. Así que negó con la cabeza y salió corriendo antes de que pudiera decirle algo más.

Estaba tan irritado que me acerqué al saco de boxeo en la esquina de la oficina y le di un puñetazo con toda mi fuerza.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP