Guillermo sudaba frío mientras sostenía las manos de Monserrat entre las suyas, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza y su mente comenzaba a llenarse de miedo y dudas. Cada segundo que pasaba parecía un tormento interminable, y todo lo que deseaba era que ella decidiera quedarse a su lado, que no subiera a ese avión que estaba a punto de despegar. El ambiente en el aeropuerto se sentía pesado, como si el tiempo se hubiera detenido y todos los que se encontraban a su alrededor, se hubieran desvanecido, dejándolos solos en su pequeño mundo de incertidumbre.
—Mi amor, sé que te he fallado en el pasado —dijo Guillermo, con su voz entrecortada, cargada de desesperación y anhelo—. Pero confío en este amor que hay dentro de nosotros. Ahora existe algo especial que nos une, algo que no se puede ignorar: nuestro hijo. Por favor, confía en mí y en lo que podemos construir juntos. Toma la decisión más sabia y quédate a mi lado.
Mientras hablaba, su mirada se intensificaba, buscando en los