Grecia estaba en el hospital, sumida en sus pensamientos, cuando de pronto su celular sonó. Al ver la pantalla, su corazón se detuvo un instante. Era Luis Fernando. Aunque no tenía su número guardado, lo conocía de memoria y estaba completamente segura de que se trataba de él. La palidez la invadió, y se sintió atrapada entre el impulso de contestar y el deseo de ignorar la llamada.
—¿Y no vas a atender, mi amor? —preguntó Guillermo, con una expresión que evidenciaba su curiosidad—. ¿Quién te está llamando?
Grecia se quedó paralizada. La ansiedad la envolvía, y su mente se debatía entre la necesidad de ser honesta y el temor a desatar un conflicto. Finalmente, decidió que lo mejor era ser sincera; sabía que, aunque mintiera, Guillermo la conocía demasiado bien como para que no se diera cuenta.
—Es… es Luis Fernando —respondió, dejando que la verdad saliera de sus labios con un hilo de voz temblorosa.
Guillermo frunció el ceño, y en su rostro se dibujó una mezcla de sorpresa y