La noche prometía ser perfecta. El señor Pasquel no había escatimado en detalles para sus invitados especiales: la terraza del hotel brillaba como nunca, bañada en luces cálidas que titilaban suavemente, creando una atmósfera romántica y acogedora. Las luces colgantes, delicadamente distribuidas, parecían estrellas caídas del cielo, iluminando el espacio con un resplandor dorado. El viento traía consigo el aroma salobre del mar, acariciando las cortinas de lino que danzaban al compás de la brisa, creando un suave murmullo que se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en la orilla. En el rincón más privilegiado de la terraza, justo donde la vista se perdía en la inmensidad del mar, una mesa redonda resplandecía con flores frescas, en tonos vibrantes que contrastaban con la elegancia de la porcelana fina y las copas de cristal que aguardaban el momento exacto para brindar.
Las velas ya estaban encendidas en la terraza, mientras una suave melodía envolvía el ambiente, creando un fo