DOS AÑOS DESPUÉS.
El aroma a café recién hecho llenaba la cocina amplia y luminosa de la casa Vitali. Las primeras luces del día entraban por las ventanas altas, tiñendo las paredes con un dorado suave. Blair, sentada en un taburete de la isla central, contemplaba la taza entre sus manos, los dedos acariciando el borde de la porcelana mientras tomaba el último sorbo. Su mirada, serena y concentrada, reflejaba el pensamiento constante sobre los nuevos planos que debía presentar ese día. Desde que había comenzado a trabajar como arquitecta, su vida había adquirido un ritmo frenético pero gratificante.
El sonido claro y agudo de un llanto interrumpió el silencio matutino. Blair dejó la taza sobre la encimera y se dirigió apresurada al piso superior, donde la habitación de sus hijos estaba bañada por la luz del amanecer. Tres cunas de madera blanca se alineaban en la estancia, cada una cuidadosamente decorada con detalles únicos: estrellas y lunas para Arturo, barcos y olas para Dominic,