La sala de juntas de la corporación Agosti era un templo al poder. Su amplitud desmedida y las paredes de cristal reflejaban no solo el lujo, sino también la ambición desmedida de Antonio Feller, su patriarca. Cada rincón olía a madera pulida y cuero caro, y el ambiente estaba cargado de una tensión sutil pero constante, como si las paredes mismas aguardaran el desenlace de un conflicto largamente contenido.
Blair Feller, sentada junto a su madre, mantenía la mirada fija en el suelo, ajena a las conversaciones de los accionistas. Desde niña, se había acostumbrado a ser un peón en el tablero de todos, pero aquella mañana algo parecía diferente. Antonio, con su imponente figura y su semblante inescrutable, irradiaba una autoridad que incluso los más obstinados no se atrevían a desafiar.
—He tomado una decisión —declaró Antonio, su voz resonando como un martillo sobre un yunque.
El murmullo que hasta entonces había llenado la sala se desvaneció al instante. Todos los ojos estaban sobre é