Mundo de ficçãoIniciar sessão
La sonrisa de Andrea no se borra con nada, camina por los pasillos del hospital para ir con su doctor a que le confirme la noticia de que será madre, uno de sus mayores sueños.
Tiene tres años de matrimonio, en los que ha luchado tanto por ser madre, y darle a Carlo, su amado esposo, la noticia de que serán padres al fin, la ilusiona como nadie podría comprender. Para algunas personas, Andrea es la pobre mujer sumisa y devota de un matrimonio que no debió ser, es el títere de un hombre frío, calculador y que no le demuestra ni una pizca de amor o consideración solo porque su matrimonio fue presionado por su madre para que heredara.
Para ella, Carlo es el esposo más amoroso, porque nadie los ha visto en la intimidad de su hogar. Pero fuera de esas paredes, todo cambia, porque… pues Carlo no quiere que nadie sepa que se casó con su secretaria, y ella lo comprende, eso dañaría su imagen corporativa. Y también porque ella también tiene sus propios secretos.
Por eso, los muy pocos que saben de su vínculo, la ven con verdadera lástima.
Al ingresar a la consulta del médico, toma asiento con esa sonrisa optimista. Sin embargo, el médico frente a ella no le corresponde de la misma manera.
—Señora Suárez, creo que necesitamos hablar con su esposo presente, cuando la llamé ayer por la tarde, le dije que debía venir con él —la mujer se remueve algo incómoda en su asiento.
—Mi esposo se negó a venir, tiene una reunión muy importante a la que no podía faltar —responde con incomodidad—. Pero está bien, puedo recibir yo sola la noticia de mi embarazo, quiero darle la noticia con un detalle lindo en casa.
—Señora… —el médico suspira con tristeza y abre el sobre con sus resultados, extendiéndolos frente a ella—. Andrea, no estás embarazada.
—¿Pero… cómo? Los síntomas de estas semanas, mi retraso, yo…
—Andrea, sus síntomas pueden ser por muchas causas y me temo que, en su caso, es por la peor razón de todas. Usted tiene leucemia, y por sus valores en sangre, creo que es de las más agresivas.
Andrea se queda mirando a la nada unos segundos, riéndose nerviosa tal como le sucede cuando le dan una mala noticia. Luego, sus ojos enfocan al médico, las lágrimas se acumulan, pero en lugar de dejarlas salir, ella solo cierra los ojos, respira profundo y luego mira al doctor.
—Bien, ¿cuál sería el tratamiento?
El médico le explica qué es lo que viene. Los exámenes para confirmar la gravedad, entre ellos una punción lumbar, y los tratamientos que podrían dejarla peor, Andrea se pone de pie y le extiende la mano al doctor.
—Le agradezco todo lo que me ha dicho, doctor. Si decido comenzar con el tratamiento, se lo comunicaré.
—Señora, no pierda tiempo, mientras más espere, más riesgoso es para usted.
—Lo sé, pero no voy a someterme a un tratamiento tan agresivo sola y tampoco arrastraré a mi esposo por todo esto. Si él cree que no lo soportará, rechazaré el tratamiento y prefiero darle el divorcio, que busque a otra mujer, antes de permitirle verme morir calva y adolorida. Gracias.
Sale de la consulta pensando en cómo le dará la noticia a Carlo. Cuando toma el taxi para irse a la oficina, va buscando las palabras que no le causen dolor, pero ni leyendo el diccionario, encontrará alguna que suavice un poco lo que debe decirle. Nuevamente se esfuerza por no llorar, ahora ella debe ser la fuerte en esa relación, porque su amor es tan grande, que está dispuesta a lo que sea, con tal de no causarle dolor a su esposo.
Cuando llega a la empresa, el jefe de recursos humanos la regaña por llegar tarde, diciéndole que el presidente de la empresa la ha buscado como loco.
—Yo le avisé al señor Suárez que hoy llegaría un poco tarde, tenía una cita médica…
—¡Pues el señor no me dijo nada, así que te descontaré las dos horas que corresponden! —Andrea intenta responder, pero el hombre no se lo permite—. ¡Ahora vete pronto a tu puesto, que te necesita!
Andrea se queda callada, no quiere discutir con nadie, porque eso solo alteraría más su estado y es lo peor que le puede pasar. Se mete en el ascensor, pensando, buscando la manera en que puede decirle a su esposo que está enferma y que morirá, pero no puede… no puede.
Camina rápidamente a su puesto cuando deja el ascensor y una mujer se acerca a ella con un alto de carpetas.
—El señor Suárez debe firmarlas lo antes posible, ¡muévete!
—Sí, señora.
Dos personas más se acercan a ella con las mismas solicitudes y sabe que le tocará leer demasiado, como suele pasarle.
El problema es que no tiene idea si podrá concentrarse.
Llega a su puesto, mira todo el trabajo y se debate entre decirle de una vez o esperar a la noche, pero tras imaginarse a Carlo derrumbado por la noticia, decide que lo mejor es esperar a estar solos en casa, para que la gente no lo vea de esa manera, porque tiene una imagen que cuidar.
Se acerca a la puerta para llamar, porque está cerrada, pero unos sonidos le llegan desde dentro… y sabe muy bien que no es una conversación normal.
Cubre su boca, toma todas las carpetas para que nadie la regañe o la busque, toma el camino a la sala de conferencias que está al lado de la oficina de Carlo y se encierra ahí. Intenta abrir la puerta que da al despacho de su esposo, pero está cerrada con llave, los jadeos se oyen más fuertes ahí y las lágrimas intentan salir, pero la mujer racional se hace cargo y decide tomar su teléfono, comienza a grabar y enciende el intercomunicador que conecta con la oficina.
—Carlo, querido… ¿cuándo le vas a decir? Ya te quiero todo para mí… —dice la mujer jadeante justo antes de terminar aquella sesión de infidelidad.
—Dame dos meses, hermosa… le pediré el divorcio y tú serás mi única reina.
—¿Y el heredero? ¿Solucionarás lo de tu vasectomía? Eres joven aún, se puede revertir… —Andrea se lleva las manos a la boca, pero las palabras de Carlo la impactan aún más que saber por qué no se ha embarazado en tres años.
—Claro que lo haré. ¿Cómo crees que iba a mezclar mi ADN con cualquier mujer? Ella no es digna de llevar a mi hijo, de compartir su sangre para mi heredero. Lo más gracioso es saber que cree que está embarazada, lo escribió en su diario secreto.
—Que de secreto no tiene nada —los dos se ríen y Andrea ya no tiene pena, sino una rabia profunda.
—Lo mejor de todo, es que sí podría estarlo, pero no será mío —Andrea se pone de pie y todo su cuerpo se tensa—. En los cuatro meses que tengo contigo, no le he tocado un pelo, pero ya que la achispo un poquito con cualquier licor, le hago creer que soy yo en la cama con ella, cuando en realidad es mi querido amigo Ian.
Andrea siente que ha oído y grabado suficiente, toma el teléfono, para la grabación y corta el aparato. Mira las carpetas con rabia, se debate entre seguir ahí, fingiendo o tomar la decisión más importante de su vida.
Y elige tomar aquella decisión.
Lo primero, es ir a enfrentar a Ian. Es el mejor amigo de Carlo, el que se está quedando en la casa con ellos porque estaba pasando por una mala situación amorosa. Siempre ha sido un caballero e incluso la ha defendido de los maltratos de los otros, incluso de los de Carlo cuando están en público, pero ahora entiende que debe ser porque la consciencia lo obliga a hacerlo.
Camina con un porte y decisión que nunca mostró en la empresa, se para frente a la puerta y de una vez la abre para enfrentarlo.
Entra a la oficina del hombre, sin tener una pizca de pena por no llamar y con un taconeo firme, uno que hace mucho debió sacar. Ian corta una llamada y se pone de pie sorprendido, porque de la dulce Andrea no hay nada frente a él, pero antes de preguntarle qué le pasa, ella le da una bofetada, lo mira con odio y le grita.
—¡¿Cómo pudiste abusar de mí para que solapar a tu amigo?!
Y Ian abre los ojos, porque no entiende absolutamente nada.







