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Capítulo 2: Lo mejor en lo peor

Sube la mano para cubrir en donde Andrea lo ha abofeteado, la mira con sorpresa y le pregunta con la voz afectada.

—¡¿De qué me estás hablando, Andrea?!

—¡No te hagas el idiota conmigo! —aquella voz sale firme, a pesar del miedo que tiene en ese momento—. Sabes muy bien a lo que me refiero, a que te aprovechaste de que yo estaba tomada para meterte conmigo a la cama… ¡Y con el permiso de tu amigo porque quiere deshacerse de mí!

—¡No, Andrea! ¡Yo sería incapaz de algo como eso! —levanta las manos a modo de súplica—. ¡¿Quién te inventó semejante mentira?!

—¡Tú amigo se lo acaba de confesar a su amante después de tener sexo en su oficina! —Andrea deja el teléfono con violencia sobre el escritorio y se salva de dañarse solo porque hay unos papeles.

Reproduce la grabación que acaba de hacer y en cuanto se oye la voz de la mujer, Ian cae en su sillón.

—Dina… —Andrea detiene la grabación y se sienta frente a él.

—¿La conoces? —Ian mira a Andrea con los ojos llenos de lágrimas y asiente.

—Sí, es mi exnovia, la que me dejó porque se enamoró de otro…

—Y ya sabes quién es ese otro —Ian mira el teléfono como si fuera venenoso y asiente.

Andrea vuelve a reproducir la grabación y con cada palabra que dicen, Ian solo aprieta los ojos un poco más, las manos se vuelven puños implacables y Andrea ve cómo un hombre bueno se transforma en algo que nunca imaginó ver en él.

—Lo primero que debes saber, es que yo no tengo nada que ver con ese plan tan asqueroso —ella levanta una ceja y Ian niega—. Dudo que acostarse contigo sea asqueroso, siempre que sea consentido y consciente. Esto… eso es horrible, yo jamás me prestaría para algo así especialmente porque no lo necesito, mis mujeres siempre han estado conscientes y deseosas.

—Qué humildad la tuya, Castello…

—Te lo digo con honestidad, Andrea. Nunca he necesitado hacer algo tan ruin como esto, por lo que supongo que también me hizo lo mismo que a ti. Y si lo piensas, hemos estado celebrando bastante los últimos cuatro meses, desde que llegué a casa con ustedes, para «despejarme la mente».

—Es un perro infeliz…

—Mucho peor que eso. Ahora, lo segundo, ¿en verdad estás embarazada? Porque si es así, ese niño es mío —Andrea se pone de pie y camina a la ventana—. Es tu cuerpo, tu decisión, pero si decides terminar con el embarazo, no te juzgaré. Los dos fuimos víctimas de una mente siniestra.

—¿Y si quisiera conservarlo? —ella se gira y lo mira con las lágrimas a punto de salir—. ¿Qué harías si yo quisiera tener a ese niño a pesar de todo?

—Protegerlos a los dos —la vehemencia de sus palabras la sobrecogen más, porque ese sí que es un hombre en toda regla—. No te puedo decir que me casaría contigo, que seríamos una pareja feliz, pero sí te puedo prometer que nada les faltaría, desde amor, cuidados y protección, porque es evidente que lo necesitarán con Carlo cerca.

Ian se acerca a ella, Andrea se abraza el cuerpo y él la toma por los brazos, para reconfortarla, le dedica una sonrisa tranquilizadora, una muy sincera.

—¿Estás embarazada?

—No… —susurra ella con la voz quebrada—. Peor que eso…

—¿Qué puede ser peor que no llevar en tu vientre el fruto de una violación involuntaria? —Andrea saca el papel médico de su bolsillo y se lo entrega.

—Tener leucemia —Ian le quita el papel y ve el diagnóstico, negando efusivamente—. Y no me someteré a ningún tratamiento, ¿para qué quiero vivir, si estoy sola y el amor de mi vida solo me quiere lejos de él para irse con otra?

—Andrea, no puedes… —Ian lanza el papel lejos y ella estalla.

—¡NO ME AMA! ¡CARLO NO ME AMA, NUNCA ME AMÓ! —grita con histeria y rompe en llanto.

Sus piernas flaquean, pero Ian la abraza para sostenerla y la aprieta con fuerza mientras la mujer deja que su pena salga de su corazón.

Ian la deja llorar un rato, incluso él llora un poco con ella, porque esos meses en la casa de su examigo, aprendió a conocerla más allá del plano profesional.

Andrea no solo es detallista y perfeccionista en la oficina para complacer a Carlo, sino que también lo es en la casa. Siempre tiene un detalle para su esposo, le prepara cenas que le gustan, los fines de semana le permite hacer lo que quiera y jamás le ha preguntado por qué ha llegado tarde, solo le ayuda a quitarse los zapatos en la entrada para colocarle las pantuflas y lo mima como si fuera el mejor de los hombres.

En la empresa, Andrea lee cada documento antes de entregárselo, le ha dado consejos para tomar acuerdos, firmar contratos y establecer nuevas sociedades que le han reportado a la empresa grandes dividendos. Andrea ha sido más que aquello que todos ven, él lo sabe y le parece un desperdicio.

Y por eso, lamenta todo lo que ocurre, porque ella es la que más pierde en todo eso, porque no solo se ha enterado de que su matrimonio era una mentira, sino que también todo su esfuerzo para ser más que una secretaria a la que todos desprecian quedó en el aire.

Poco a poco ella se va calmando y Ian se aparta solo un poco para verla a los ojos. Y, por primera vez, repara en los hermosos ojos grises que tiene, los mismos que ahora están rojos por la tristeza.

—¿Estás segura de que no quieres pelear por tu vida?

—¿Y para qué? No tengo a nadie. Ni siquiera mis padres que quieren ver porque me casé con ese idiota —algo que Ian nunca comprendió, porque Andrea proviene de una familia humilde.

Debieron estar felices por el cambio de estatus de su hija.

Y es en ese momento en que aquella vena protectora se le sale con ella, porque no puede permitir que Andrea se quede sola, sin un peso y vulnerable. Le toma el rostro y le dice con intensidad.

—Ahora me tienes a mí, no estás sola y yo te quiero viva.

—¿Para qué?

—Para que veas cómo cae el infierno sobre esos dos traidores —le dice con una voz ronca y oscura que la estremece—. Vive, Andrea… toma ese tratamiento y vive para tomar tu venganza.

Andrea lo ve a los ojos como un cervatillo asustado, pero en la medida que pasan los segundos, esa mirada perdida y asustada se vuelve una segura y llena de ira.

Se limpia las lágrimas con violencia, asiente y se separa de Ian con una postura firme, como si ella fuera la dueña de todo eso y le dice.

—Lo haré… voy a tomar el tratamiento. Y juro que viviré para vengarme de Carlo Suárez.

Ian sonríe y le extiende la mano, para cerrar el trato. Y, en cuanto lo hacen, una sentencia de infierno sobre la tierra queda sobre las cabezas de aquellos dos traidores.

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