El silencio tras esas palabras fue insoportable, como un abismo que se abría entre los dos.
Yo lo miraba sin poder parpadear, sin poder respirar siquiera. Adrián. No Alejandro. Todo mi cuerpo se tensó como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
—¿Qué…? —mi voz salió quebrada, apenas un susurro—. ¿Qué acabas de decir?
Él no apartó la mirada. Tenía los ojos vidriosos, rojos, como si hubiera estado luchando consigo mismo durante horas para llegar hasta aquí.
—Soy Adrián, Isla —repitió con un tono que era confesión y súplica al mismo tiempo—. El hermano de Alejandro.
El nombre cayó sobre mí como una sentencia. Sentí que la sangre me abandonaba el rostro, que el corazón golpeaba contra mis costillas con tanta fuerza que iba a romperlas.
Me levanté de la cama de golpe, tambaleándome.
—No… no, no, no. —Negaba con la cabeza una y otra vez, retrocediendo como si su sola presencia me quemara—. Eso no es posible… no puedes… no puedes ser él.
Él dio un paso hacia mí, con las manos extendidas