Punto de Vista de Kaelen
Después de dejar a Luis, pensé en pasar por la carnicería para recuperar la carne que había pagado. Tal vez dársela a algún lobo hambriento de la manada, Dios sabe que a muchos les vendría bien.
Lo que no esperaba era encontrarme a Elara en tal estado.
Había chocado conmigo, su pecho agitado, gotas de sudor cubriendo todo su rostro como si acabara de escapar de una bestia. Lo que lo hacía aún más desgarrador era que lo había hecho.
El carnicero, ese maldito bastardo, tenía agallas. Lo puse en su sitio, pero no fue suficiente. Tenía que abordar este asunto desde la raíz.
Y lo hice. No me importaba si era ella, el carnicero o su padre contra quien tenía que luchar. Solo sabía que tenía que hacer algo.
Su piel había adquirido una palidez enfermiza. Sus mejillas estaban hundidas, sus muñecas demasiado delgadas. Y luego estaban los moretones: manchas amarillas y moradas que se asomaban por debajo de sus mangas, su clavícula, su mandíbula.
Sentí que mi estóma