Cuando llegaron, Gunnar abrió la puerta principal y se apartó para dejar pasar a Kazuma. La luz tenue del recibidor les dio la bienvenida, y el eco de sus pasos resonó en el amplio espacio. Kazuma se detuvo un momento, recorriendo con la mirada la elegante decoración de la casa, pero pronto sus ojos volvieron a posarse en Gunnar, quien cerró la puerta detrás de ellos y avanzó hacia ella con una mezcla de determinación y vacilación.
—¿Segura que quieres esto? —preguntó él, su voz baja y algo ronca.
Kazuma arqueó una ceja, acercándose hasta quedar a escasos centímetros de él.
—¿Te parezco alguien que duda?
Gunnar soltó una risa breve, pero no tuvo tiempo de responder antes de que Kazuma tomara la iniciativa. Se alzó sobre la punta de los pies y lo besó, un beso que no tenía nada de suave o titubeante. Sus labios se encontraron con urgencia, como si estuvieran compensando el tiempo perdido en el trayecto a la casa de este.
Él la tomó de la cintura, atrayéndola más cerca, mientras Kazuma