Capítulo 38: Kattegatts

Con un gruñido, Dantes palpa su mesa de noche, donde su móvil suena sin parar. Al encontrarlo, responde la llamada sin siquiera fijarse en el nombre de quien lo ha estado marcando a estas altas horas de la madrugada.

—¿Qué? —gruñó, molesto.

Es Lirio —la voz preocupada de Enzo hizo que todo el sueño desapareciera de su cuerpo, y el miedo se sintiera como un cuchillo afilado—. Está desaparecida, no tenemos rastro de ella desde temprano —informó el rey, sin dar por hecho lo que estaba sucediendo bajo sus propias narices.

—¡¿Qué mierda dices?! —un rugido salió desde el pecho de Dantes, olvidando por completo que su hermano es el rey y que nunca debería hablarle en ese tono. Dantes jamás había sentido tanto miedo como el que corría rápidamente por sus venas mientras se pon&iacut

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