Damon
El silencio de la noche pesa como un sudario. Alina está en mis brazos, su respiración errática contra mi pecho. Cada inspiración es dolorosa, cada latido de su corazón resuena como una campana en mi cabeza.
La deposito suavemente sobre la cama improvisada en la cabaña, mis dedos rozando la curva frágil de su rostro. Su tez es lívida, sombras violáceas marcan la piel bajo sus ojos.
— Alina… quédate conmigo.
Sus párpados parpadean débilmente. Una lágrima resbala por su mejilla. Ella murmura algo inaudible, su voz apagada por el cansancio y el dolor. Me inclino, mi frente tocando la suya.
— ¿Qué dijiste?
— Lo siento…
Sus labios tiemblan. Paso una mano por su cabello, el corazón al borde de la explosión.
— No es tu culpa. No tienes la culpa de nada.
— Sí… Su aliento es entrecortado. Está dentro de mí ahora.
Cierro los ojos. Ezra. Ese bastardo. Se ha insinuado en ella, como una sombra venenosa que la roe desde adentro. Si no hago nada, la poseerá por completo.