Alina
El silencio se ha convertido en una presencia opresiva en la casa. Desde la aparición de esa mujer de cabello blanco, Damon ha hablado muy poco. Se mantiene junto a la ventana, con los brazos cruzados, su mirada oscura fija en la oscuridad afuera. Caleb está sentado en un sillón, afilando la hoja de su espada con una intensa concentración.
En cuanto a mí, he permanecido sentada en el sofá, el colgante pesado contra mi pecho. Su peso parece haberse duplicado desde que esa desconocida pronunció la palabra reina.
— ¿No duermes? —murmura Damon sin apartar la mirada de la ventana.
Me levanto y me acerco lentamente a él.
— Tú tampoco.
Él esboza una sonrisa amarga.
— Es imposible dormir cuando sientes que el peligro acecha.
Deslizo una mano sobre su brazo. Sus músculos son duros bajo mi palma, tensos como una cuerda lista para ceder. No reacciona de inmediato, pero percibo un ligero estremecimiento en sus hombros.
— Damon, ¿realmente crees que esa mujer decía la verdad?
Finalmente apar