Alina
Damon está frente a mí, una silueta oscura e imponente. Camina con paso fluido, sus músculos tensos bajo su camisa negra. Su respiración es calma, controlada, pero siento la rabia que hierve bajo su piel.
— No estás obligada a venir, dice sin volverse.
— No me digas eso, Damon, replico, la voz afilada. Sabes muy bien que no me quedaré atrás.
Se detiene bruscamente y se vuelve hacia mí. Sus ojos dorados brillan en la oscuridad, penetrantes, incisivos.
— Si Adrian te toca…
— No me tocará, lo interrumpo avanzando hacia él. No soy una víctima.
Su mirada se oscurece, un destello salvaje en sus pupilas dilatadas.
— No podría soportarlo, murmura.
Pongo mi mano sobre su mejilla, mis dedos deslizándose por su piel áspera.
— Entonces no dejes que gane.
Se inclina, su aliento caliente rozando mi piel. Sus labios tocan mi sien, y un escalofrío me recorre.
— Siempre tan valiente…
— Siempre tan terco, replico.
Él sonríe levemente, pero la tensión en su cuerpo no desaparece.
— Quédate cerca de