La casa estaba en silencio, como si el tiempo hubiera hecho una pausa para que solo ellos dos existieran. José Manuel caminaba de un lado a otro con las manos en los bolsillos, mientras Eliana lo observaba desde el sofá. Habían pasado horas desde aquella impactante revelación, desde que los hilos sueltos de un pasado confuso comenzaron a trenzarse hasta formar una verdad que, aunque dolorosa, era también hermosa: Samuel era su hijo. De ambos.
—Todavía siento que estoy soñando —murmuró José Manuel, deteniéndose por fin frente a ella—. No sé cómo procesarlo, Eliana. ¿Cómo se supone que uno reacciona cuando descubre que el niño que crió con tanto amor es su propio hijo... y no lo supo durante años?
Eliana se levantó, caminó hacia él y le tomó las manos con ternura. Sus ojos estaban aún húmedos, pero esta vez no era por dolor, sino por la mezcla indescriptible de esperanza y asombro.
—Lo sé… yo tampoco sé cómo se supone que debemos actuar. Pero no quiero dejarme llevar solo por la emoción