La tarde avanzaba entre risas y juegos. Samuel corría por el jardín, esquivando a Eliana mientras ella fingía no poder alcanzarlo. Su risa llenaba el aire, una melodía inocente que, por momentos, hacía olvidar cualquier preocupación.
—¡Te atrapé! —exclamó Eliana al sujetarlo por la cintura y levantarlo en el aire.
—¡No, trampa! —protestó Samuel entre carcajadas, retorciéndose en sus brazos.
—¿Trampa? No sé de qué hablas, yo jugué limpio —bromeó ella, haciéndole cosquillas en el estómago hasta que el niño se retorció de risa.
Eliana lo dejó en el suelo y se acomodaron sobre el césped, recuperando el aliento. El niño dibujaba figuras en la tierra con sus dedos, distraído, hasta que su expresión cambió de repente. Su alegría se esfumó como si una sombra oscura se posara sobre él.
—No quiero irme, Eli —murmuró con un hilo de voz.
Eliana frunció el ceño y lo miró con ternura.
—¿Por qué dices eso, pequeño?
Samuel mordió su labio inferior y bajó la mirada. Su manito apretó la de Eliana con fu