VOY A CUIDARTE AQUÍ ADENTRO.

La sala estaba iluminada solo por la luz suave que entraba desde la ventana.

Frente a la mesa, con las mangas de la camisa arremangadas y el reloj brillando sobre la muñeca, estaba Ethan Van Ness.

No estaba sentado.

No estaba revisando documentos.

Ni siquiera estaba mirando la laptop.

Estaba de pie, con las manos en los bolsillos, como si la estuviera esperando.

Como si supiera exactamente cuándo iba a entrar.

Amanda tragó saliva.

—Llegaste —dijo él, sin moverse.

—Mandaste un correo de tres palabras —respondió ella, intentando sonar normal—. Y uno obedece cuando el jefe escribe tan… imperativo.

La comisura de su boca se curvó apenas.

—No sabía que te impresionaban los correos imperativos.

—No me impresionan —mintió ella—. Solo… uno se apresura cuando el remitente es usted. Tú. Bueno… ya sabes.

Maravilloso.

Ni una frase completa.

Un desastre útil, brillante y… torpe.

Ethan inclinó ligeramente la cabeza hacia la mesa.

Había dos envases, dos botellas de agua y cubiertos de acero elegante
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