El día de la boda llegó con un sol brillante que iluminaba la ciudad, pero en la mente de Catalina solo había oscuridad y peligro. Se levantó temprano, se preparó con ayuda de la peluquera y la maquilladora, y se puso el vestido de novia de tulle blanco — el mismo que había probado semanas atrás, pero ahora le sentaba como una armadura.
Sus labios estaban pintados de rojo sangre, su cabello recogido con flores blancas. Mientras miraba en el espejo, pensó en Santiago, que estaba en el hospital preparándose para ir a la boda — los médicos le habían dado el visto bueno para asistir por unas horas. Pensó en la nota, en la explosión, en el culpable que estaba a punto de ser descubierto.
Raquel, su amiga de la infancia que venía de visita, entró en la habitación. "Catalina, estás preciosa," dijo, pero su voz estaba tensa. "Pero te veo nerviosa. ¿Algo pasa?"
"Catalina le dio la nota que había recibido días atrás. "Alguien me advirtió de dejar de investigar. Ayer hubo una explosión cerca del