Después de la victoria contra Mateo, Santiago decidió que era hora de tomar un descanso. "Nos merecemos una luna de miel," dijo a Catalina, mientras la abrazaba en la oficina. "Un tiempo para nosotros, sin negocios, sin enemigos, sin secretos."
Catalina sonrió. "Me encanta la idea. ¿Adónde vamos?"
"Al pueblo de mi abuelo paterno, en la costa," dijo Santiago. "Es un lugar pequeño y tranquilo, con playas blancas y montañas. Nadie nos conocerá allí."
Dos días después, llegaron al pueblo de Santa María. Era exactamente como Santiago lo había descrito: tranquilo, bonito, con gente amable que no se interesaba por los negocios ni los chismes de la ciudad. Se alojaron en una casa de playa pequeña pero acogedora, con ventanas que daban al mar.
La primera mañana, se levantaron temprano y fueron a caminar por la playa. El sol salía sobre el mar, y el aire olía a sal y flores. Catalina se acurrucó a Santiago y dijo: "Es perfecto. Nunca me he sentido tan tranquila."
"Solo quería darte esto," dijo