Madison fue dada de alta, ella no se quedó al lado de Andrés sino que fue a la prisión. Sus lujosos zapatos contrastaban con el ambiente decadente de dicho sitio.
— Quiero ver a Sarah — ella le habló a la celadora — supongo que sabes quién soy.
— Si — ella abrió la reja — pasa, te llevaré donde ella.
Madison entró al cuarto en que tenían a Sarah, ella se encontraba bastante golpeada y uno de sus pies estaba enyesado hasta arriba de la rodilla.
— Quiero en este momento que me digas lo que le hiciste a Andrés, le han puesto el antídoto para la droga que le has dado y terminó en coma.
— No te lo diré nunca — ella sonrió y mostró la ausencia de algunos dientes — vas a sufrir como yo lo estoy haciendo en estos momentos.
— Escucha — ella se acercó aún más — no estoy jugando, si en estos momentos no me dices porque el antídoto no funcionó; voy a ordenar que te quiebren los huesos que no te han quebrado, haré que sufras un infierno estando en la tierra.
— No eres capaz de hacerlo, las mujeres